sábado, 13 de agosto de 2016

SIMBOLISMO ROMÁNICO (I)



          ¡Qué pena! ¡Cómo han crecido! Desde las primeras charlas románicas hasta ahora, ¡cómo se nota el cambio! Antes jugaban aquí en la plaza o en el paseo y tenía que ir a buscarlos y arrejuntarlos para los tostones románicos. Ahora no. Ahora se quedan sentados en un bando en la plaza, tranquilamente, hablando de sus cosas y construyendo castillos en el aire a la espera de su derrumbe posterior, cuando el tiempo y la vida soterren los cimientos de su ilusoria construcción y comiencen a edificar una morada en una pequeña parcela terrenal en la que poder vivir y esperar a lo que la vida les vaya pidiendo, casi siempre algo muy alejado de sus propias ideas y diametralmente opuesto a su visión idílica de futuro. Es lo que podríamos llamar un palo tras otro sin saber cómo te han venido, y generando una de las mayores preguntas dubitativas de la vida de una persona: ¿de verdad me merezco esto que me está sucediendo, esto que me está pasando? Nada ni nadie les responderán, y a medida que pasa el tiempo esa pregunta se hará cada vez más persistente, se hará cada vez más grande e incluso tan insoportable como para querer acelerar la marcha hacia arriba o hacia abajo, pero marchar, abandonar, terminar. Tanto esfuerzo para esto, pensarán. Algo de razón tendrán, pero ¿qué podrán hacer sino malgastar su vida aguantando palos? Más palos, más grande la duda; más grande la duda, más palos. Y así hasta el final.

         En fin, vamos a arrearlos para adentro que no saben la que les va a caer esta vez. Como son ya mayorcetes, los temas románicos a tratar serán cada vez más serios y trascendentales, más profundos, acordes, se supone, con su edad y su madurez.

         ¡Fiuuuuuuiiii! Así me gusta, como pastor de almas inmaduras y en blanco en vías de formación. ¡’Amos pa’dentro’ que hoy hay charla románica! ¡Míralos! ¡Qué ‘corrías’ dan pa llegar! ¡Vamos hooooombreeeeee! ¡Seja alaaaannnnnteeeee!

        Bueno chiquetes, hoy vamos a comenzar de una manera totalmente diferente a como lo hemos hecho hasta ahora. Hoy vamos a comenzar santiguándonos. Sí, sí, santiguándonos. ¡Todos! En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén. Bien, ¿qué es lo que hemos hecho? Hemos realizado el signo de la cruz, el signo que identifica a todo cristiano que se precie. La cruz es el símbolo por antonomasia de la religión católica, ya que fue el instrumento de suplicio de Jesús, donde consumó su muerte para posteriormente resucitar, y donde salvó al mundo y a la humanidad. Cada vez que una persona ve una cruz, automáticamente la identifica con la religión católica. Ese proceso automático mental se debe a que la cruz es un objeto material que por convención representa la muerte de Jesús en la cruz y su posterior resurrección. Es un objeto previamente convenido para representar otra cosa o sustituir a algo. Es lo que se llama un signo.

Cruz románica siglos XII-XIII

         Como todos sabéis, o deberíais saber por la cantidad de veces que lo hemos dicho en estas charlas románico-soporíferas, en la época del Arte Románico, la inmensa mayoría de la población, salvo los que pertenecían al clero y algunos nobles y reyes, no sabía leer ni escribir, eran totalmente analfabetos, y la Iglesia Católica, con el clero a la cabeza, utilizaron los templos, ermitas o iglesias para ilustrar y enseñar a toda esa gente analfabeta. ¿Cómo lo hicieron? Pues con signos y símbolos que esculpían o pintaban en dichos templos o iglesias. De esa forma unos trataban de enseñar y los otros de aprender. Pero como no se hacía de una manera material, sino sugerente o etérea, los resultados no siempre eran los deseados, ni en esa época ni en épocas venideras, ya que la utilización de símbolos y signos acarreaba ciertos problemas de comprensión y aceptación. Veamos.

         Aunque la escritura ya había nacido en épocas anteriores a la época del Románico, en la antigüedad, ésta no era de fácil acceso y aprendizaje, sobre todo para esa masa de gente “laboratores”. Sin embargo, el hombre tenía y sentía la necesidad de expresarse a sí mismo, de expresar su cultura, sus sentimientos, sus valores y, por qué no decirlo, sus pecados y sus virtudes. Es ahí donde nace la necesidad del símbolo.

         Podríamos dar una simple definición de lo que es un símbolo diciendo que es un signo o una figura que, de acuerdo con la intención del autor que lo creó, evoca una idea o una realidad espiritual. Apreciamos en esta primera definición del símbolo que en ella aparece o se utiliza la palabra signo, de lo que se puede inferir que símbolo y signo no son lo mismo. El signo es una mera convención que expresa exclusivamente un significado previamente convenido, mientras que el símbolo hace percibir a quién lo contempla todos los aspectos de una realidad, ya sea visible o velada, manifestada u oculta. Un símbolo trata de llegar allí donde no llega la palabra y expresa realidades esenciales de nuestra vida. Por su carácter subjetivo más que objetivo o material, su significado ha de ser descubierto por cada persona según su alcance espiritual y sus parámetros culturales, pudiendo llegar a evocar a personas diferentes mensajes muy distintos. Por ello, un símbolo nunca significa o expresa, sino más bien, sugiere o índuce un conocimiento subyacente a la realidad visible.

         Como sustituto, en parte, de la escritura, el símbolo siempre ha estado ahí, aunque nunca se ha narrado ni expresado de la misma forma y manera. Debemos tener en cuenta el carácter histórico y contextual desde la concepción del símbolo en las primeras culturas de las diversas civilizaciones, sorprendiéndonos al descubrir que el símbolo narra temas similares en todas las culturas. Sin embargo, esa aparente universalidad de los símbolos no siempre es cierta, ya que debemos atender a otros condicionantes históricos y contextuales como os he dicho antes.

Rosetón de San Juan de Puerta Nueva (Zamora)

         Los símbolos no son universales. Aunque un símbolo tenga la misma forma que otro, por ejemplo, una espiral, una cruz, un laberinto, etc., su significado dependerá de la cultura en la que se enmarca. Si queremos hacer historia, de cualquier cosa, para descifrar cada símbolo hay que situarlo en su contexto espacio-temporal, y manejar las mismas fuentes de información que había en la época. También influye, como no, el vehículo de expresión de esas ideas o esos símbolos, la lengua en la que se crean, etc., lo que condiciona, y mucho, el posible significado e interpretación del símbolo. Y creo y considero que es aquí, en esta parte y estos motivos, lo que hacen que en la actualidad, el hombre moderno no sea capaz de interpretar correctamente un símbolo creado muchos cientos de años antes, y que cuando trata de hacerlo, lo único que consigue es enrevesarlo todo más, confundirlo y confundirnos cuando trata de explicárnoslo.

         Debemos tener en cuenta, como os he dicho muchísimas veces, que toda percepción del pasado constituye un ejercicio individual de recuperación de una herencia cuyos códigos sólo resultan inteligibles en un determinado marco social. Cada vez que ese marco social se modifica, aquella percepción se ve igualmente alterada. A nuestras mentes modernas o de hombre moderno les cuesta aceptar su verdadera dimensión, y siempre estamos tentados de mirar con incredulidad y a considerar todo esto como creencias del pasado sin ningún valor aparente ni coherencia lógica. Precisamente cuando se trata de racionalizar un símbolo auténtico se está procediendo a su corrupción y destrucción. En la actualidad tendemos a interpretar de manera equivocada muchas de las antiguas tradiciones, leyendas y símbolos porque pensamos que se refieren a un mundo como el nuestro. Pero lo cierto es que el ser humano anterior poseía una clarividencia y sabiduría que le permitían percibir muchas cosas que para nosotros ya no es posible percibir.

         Acerca de esta problemática moderna o postantigua ya nos avisaba Mircea Elíade cuando apuntaba: “La desacralización ininterrumpida del hombre moderno ha alterado el contenido de su vida espiritual, pero no ha roto las matrices de su imaginación: un inmenso residuo mitológico perdura en zonas mal controladas.” Por lo tanto, el hombre moderno actual es consciente (a veces inconsciente) que tiene que creer en algo, que necesita creer en algo, y utiliza y usa los símbolos creados por culturas anteriores en su propio beneficio, los asimila y los adapta a su cultura con su propia significación, que en la inmensa mayoría de los casos, nada tiene que ver con lo que ese símbolo quiso representar cuando fue creado. Es decir, cada uno ve en el símbolo lo que quiere ver, según su propia percepción, su cultura, su socialización y su vida interior y espiritual.

Laberinto circular en el interior de la catedral de Chartres (Francia)

         Hoy sí, ¿eh?, hoy sí. Hoy me estoy superando. El rollazo románico de hoy me encumbra como el curita más “pesao” de “tos” lo que hay. No hay quien me eche la pata. Se os nota en vuestras caras. Pero, chicos, este tema románico que estamos abordando en una nueva aventura románica es quizás el más personal de todos, ya que nos debe ayudar, no ya a interpretar símbolos y simbología, sino a ser conscientes de que no podemos estudiar el pasado con los ojos del presente. Si el pasado queremos devaluarlo por las razones que sean, no debemos excusarnos y basarnos en la utilización de estos símbolos como meras tonterías esculpidas en la piedra o pintadas en las paredes. Debemos aceptar que para las personas que los crearon, tanto en la piedra como en las paredes, tenían su significado y una significación, además de ser un vehículo de expresión de sus ideas, de su mundo interior y espiritual, de sus vivencias como personas, de la plasmación de un mundo que en poco o nada se parece o se parecía al nuestro. La no aceptación de todo lo anterior supone un rechazo frontal a toda su vida y toda su cultura, con todo lo que ello conlleva. De ahí el hacer tanto hincapié en el pensamiento actual del hombre moderno y su visión particular del pasado.

         Pero aún con esas diferencias temporales, racionales e interpretativas del pasado, cuando el hombre moderno visita una iglesia, templo o claustro románico y admira todo lo que allí se encuentra esculpido o pintado (las menos veces) no es indiferente a su belleza, como tampoco lo es a un posible significado que pudiera conllevar esa escultura o esa pintura. Si queda prendado de esa belleza y visita más edificaciones románicas, religiosas en su inmensa mayoría, y se encuentra una y otra vez con los mismos motivos y con los mismos símbolos, entonces es cuando comienza a preguntarse por su significado, pero esta vez con una convicción más firme que la primera vez que los encontró. Es entonces cuando comienza a descubrir que eso mismo que se está preguntando acerca de lo admirado, otros antes también se lo preguntaron con anterioridad, y, además, lo intentaron responder.

         A veces, la respuesta es muy fácil, ya que estamos en posesión de ciertas “claves” para descubrir ese significado. Por ejemplo, vemos un capitel con la Natividad, la Adoración de los Reyes Magos, la Huída a Egipto, etc., y enseguida adivinamos qué es lo que quiere representar, qué es lo que nos quiere decir, qué es lo que nos quiere enseñar; en definitiva, qué es lo que significa y el por qué está ahí. En el momento que carezcamos de esas claves, todo se complica más. Así, comenzamos a insinuar posibles interpretaciones en las que nuevamente aparece nuestro pensamiento de hombre moderno, pero esta vez (y la experiencia es la que nos va guiando) las interpretaciones posibles que elucubramos comienzan a perder la categoría de incuestionables, y comienza a asomar la cabecita una duda que será nuestra brújula en sucesivas interpretaciones. Eso sí: debemos intentar alejarnos lo antes posible del puro reduccionismo, es decir, intentar hacer pasar por un esquema preconcebido la totalidad del significado simbólico de lo que vemos, ya que cualquier símbolo puede tener dualidad de significado, incluso completamente opuestos, aunque también es cierto que la expresión plástica que representa al símbolo es a veces tan clara que no da lugar a ningún tipo de arbitrariedad acera de su significado.

Adoración de los Reyes Magos. Santa María de Piasca.
Cabezón de Liébana (Cantabria)

         Como venimos diciendo, la expresión plástica, lo que podríamos denominar significante, y su significado sigue siendo una tarea oscura y difícil de apreciar. La mayoría de las veces debe estar en posesión de esa clave para conocer el significado, pero si careces de ella, ¿cómo sabes que el significado que te han dicho o el que tú mismo elucubras es el correcto? ¿Cómo sabes que esa interpretación es correcta o es una mera suposición? Y aún más lejos todavía: ¿cómo pueden los especialistas de este tipo de disciplina antigua estar seguros de sus significados o de los motivos de los autores que esculpieron esos símbolos hace novecientos o mil años? ¿De quién o de qué debemos fiarnos? La respuesta a esta última pregunta o la duda que genera no son fáciles de encontrar ni de resolver, aunque, como profanos que somos en la materia, debemos fiarnos y confiar en los especialistas, ya que éstos tratan de documentarse exhaustivamente en las fuentes originales medievales, en los textos, buscando usos comunes de ciertas imágenes que se repiten en el tiempo y que hunden su historia en épocas clásicas precristianas. Estos especialistas tienen claro que se deben estudiar estos símbolos en sus fuentes, y en sus textos, pues existe el peligro de deformar con la mejor buena fe su verdadera significación. Volvemos nuevamente a lo que tantas y tantas veces hemos dicho y repetido a lo largo de todo este tiempo románico: para su mejor estudio y mejor comprensión, debemos entender e inmiscuirnos en su cultura, en su tiempo, en su forma de pensar, en su forma de vivir, en su forma de sentir. Sólo de esa manera tendremos más posibilidades de comprender su mensaje y su significado. Con el pensamiento del hombre moderno estaríamos corrompiendo todo lo que ellos trataban de expresar y transmitir. El hombre actual está lejos del lenguaje simbólico, un lenguaje espiritual que le hace cara a la primacía actual de las apariencias, de lo inmediato, de lo abstracto, del racionalismo, de lo convencional.

         Apreciando el realismo de las imágenes que el mundo románico nos ha dejado nos permite vislumbrar al espectador y hombre actual la imagen que se hacían los hombres medievales de los objetos que los rodeaban, de los animales, de los bosques, de las montañas, e incluso de los acontecimientos naturales. Son imágenes de una gran variedad de interpretaciones. Nada se limitaba única y exclusivamente a la existencia física. El mundo figurativo de ese hombre románico está lleno de simbolismo, apunta siempre tanto a lo bueno como a lo malo. Todo está estrechamente unido mediante un entrelazado de semejanzas y pertenencias, y debajo de la apariencia, dormita todo lo demás. El hombre medieval continuamente crea relaciones que unen la apariencia externa del mundo sobrenatural y una verdad suprema. Aparecen continuamente los miedos que las personas de aquella época sufrían en vista de los castigos que, según su fe cristiana, les esperaban por haber llevado una vida pecaminosa en la tierra. Dentro de esas imágenes de castigos se esconden las esperanzas de pertenecer a un reducido grupo de elegidos.

Castigos. Portico de la Majestad. Toro (Zamora)

         Pero el hombre románico y la edad media no inventan sus símbolos, sino que bebe de fuentes anteriores y las adapta a su momento, momento en el que todo se integra alrededor de una visión totalizadora con centro en Dios. La cultura románica era una cultura de consensos establecidos y adquiridos a través del tiempo con múltiples préstamos de otras civilizaciones anteriores de las que recoge las más antiguas tradiciones. Su lenguaje se forma sobre herencias anteriores a las que otorga nueva vida. Reinterpreta y readapta todo aquello que le sirve para sus fines, incluso motivos cuyo significado y función no conoce. Por todo ello, el románico es un arte de síntesis y su simbología un intento de superación. De ahí todo lo que comentábamos anteriormente sobre la dificultad de interpretación de esta simbología románica por parte no ya del espectador u hombre moderno, sino de los propios especialistas e historiadores que deben estudiar de forma científica todas estas huellas románicas que su hombre nos dejó como una herencia llena de fortuna.

         El Arte Románico, como venimos afirmando y reiterando continuamente, es un arte ante todo sagrado, heredero de primitivas tradiciones cristianas de raíces judaicas. Por ello, las fuentes en las que se basará para componer su simbología serán el Antiguo y Nuevo Testamento, además de sucesos contemporáneos, escenas de la vida cotidiana y la propia realidad que le rodea, sin dejar de mirar nunca de reojo a Oriente, pues no en vano fue la cuna de buena parte de sus símbolos. Pero como arte cristiano que es, utilizará y usará también los primeros símbolos cristianos que éstos utilizaron en sus comienzos.

         Con la persecución de Nerón en el año 64 a.C., los paganos desconfiaban de los cristianos, al considerar esta nueva religión como una superstición extraña e ilegal. Por ello, los cristianos comenzaron a valerse de símbolos que pintaban en los muros de las catacumbas y, con mayor frecuencia, grabados en las lápidas de mármol que cerraban sus tumbas. Serán el ancla, el pez y la paloma los primeros símbolos cristianos utilizados. El ancla era el símbolo de la esperanza y la vida eterna. El pez era el símbolo de Cristo (luego veremos por qué) y el nuevo bautizado. La paloma denotaba la armonía, la pureza y el deseo de paz en la vida presente o la futura de un difunto. Como podemos apreciar, estos primeros símbolos expresaban realmente su fe.

Pez. Ancla. Catacumbas

         Pero a medida que el románico fue imponiéndose como arte sagrado y asimilando simbología y tradiciones más antiguas, su representación y significado, en muchas ocasiones, distaba mucho de su verdadera referencia o nacimiento. Los artistas introducían sus licencias para facilitar la interpretación buscada de lo representado, acción ésta que en la actualidad está provocando una controversia acerca del alcance del mensaje del Arte Románico.

         Por un lado están los que consideran que la simbología de este arte es una simbología religiosa que se convierte en una lengua particular para expresar la lengua sagrada y trascendentalizadora de la que hace gala el románico. Para ellos, las formas y figuraciones que muestra el románico ni son caprichosas ni gratuitas, ya que como arte sagrado, no puede permitir a sus constructores frivolidades de tipo profano, ya que ello desvirtuaría totalmente la función primordial de dicho arte.

         Sin embargo, por otro lado, están los que niegan que haya que buscar en toda figuración románica mensajes simbólicos, sino que la mayoría de las veces son manifestaciones meramente decorativas, sobre todo si nos atenemos a elementos vegetales y animales, independientemente de que en algún momento determinado, alguna mente culta de la época pudiera dar una interpretación puntual a cualquiera de estos temas, aunque lo normal era que no hubiera nada dispuesto en su representación salvo la simple intención de la decoración. Para apoyar sus argumentos se basan en textos de San Bernardo de Claraval, entre otros, que siendo grandes eruditos de la época y contemporáneos de este arte, omiten o desprecian la figuración pictórica y cualquier otra iconografía no relacionada con la Biblia. Si estos eminentes hombres cultos no valoraban el carácter simbólico de ciertas manifestaciones del románico, es lógico pensar que con más razón los creadores de la obra y los hombres corrientes, a quienes iba dirigida la obra, desatenderían tales fines.

Capitel de San Andrés de Arroyo (Palencia)

         Se puede pensar que el Arte Románico es un arte básicamente simbólico ligado a una época de intensas vibraciones espirituales, sobre todo en el Arte Románico clásico o pleno, de grandes monasterios y coincidente con las rutas de peregrinación, en el que se construyó con arreglo a una intención de manifestación espiritual de elevado signo. Otra cosa es que la pluralidad geográfica y temporal del románico generase copia de elementos originalmente con valor simbólico, y que al caer en manos menos cultas se usara de manera repetitiva y más decorativa que otra cosa. A esto habría que añadir que buena parte de los remotos símbolos utilizados en el Arte Románico llegaban al escultor descontextualizados, ya que suponían para él un repertorio formal ajeno a cualquier texto. En múltiples ocasiones copiaban meras fantasías ornamentales, cuando no malinterpretaban los motivos, revelando un desconocimiento de las leyes de la zoología y la historia de acuerdo con sus conveniencias. Los temas que esculpían se hallaban sometidos a la triple tiranía de la arquitectura, la decoración y la simetría. Ante ellas no existía un sometimiento total, sino una chocante libertad ahondada por razones confusas de su empleo. Por ello, resuelta extremadamente complejo discernir cuándo poseen un significado real y cuándo son simples ornamentaciones. Si a esto le añadimos que en diferentes regiones se vive de diferente forma la realidad de una misma época, el conflicto está más que servido. En este sentido es apasionante, más que decepcionante, percibir este proceso de evolución y decaimiento del simbolismo románico al pasar de unos maestros a otros. Un claro ejemplo lo tenemos en el crismón de la portada de la Virgen de la Peña, en Sepúlveda (Segovia), donde el autor talló ingenuamente este símbolo sin conocer su significado preciso, pues en lugar de la letra griega omega (Ω) talló un extraño símbolo indescifrable, además de invertir la S del Espíritu Santo. Todo ello nos obliga a ser muy cautelosos en la identificación de los símbolos y en la formalización de los programas iconográficos. Conocer los símbolos en el Arte Románico es una tarea muy ardua que lleva implícita la tarea de conocer pensamientos, creencias, vivencias, penas y alegrías de la civilización que los realizó.

Crismón Virgen de la Peña. Sepúlveda (Segovia)

         El gran metafísico René Guénon decía que “… los símbolos o deben ser explicados sino comprendidos, ya que, pese a lo expresado, ello no nos debe derivar a que todos los elementos en el Arte Románico sean simbólicos, y por tanto, haya que afanarse en su desciframiento. De ahí que sea un grave error reduccionista sistematizar los símbolos y querer buscar claves interpretativas a los que, en portadas, capiteles y canecillos, ofrece el Arte Románico, intentando hacer pasar por un esquema preconcebido la totalidad de su significado simbólico”. El valor de las formas estará en función de quién las contemple y subordinadas a su capacidad de interpretación, ya que nos hallamos ante un arte conceptual que puede suscitar diversas lecturas. De ahí su riqueza y modernidad.

         Por todo ello, y a tenor de todo lo que se ha argumentado hasta aquí, podemos apreciar que la simbología en general y la románica en particular pertenece más a la subjetividad del ser humano que a su objetividad. No se puede expresar con carácter inequívoco que una determinada imagen “significa” o “quiere representar” algo concreto. Además, algunos símbolos estás más repetidos que otros, no porque en todos los lugares en donde aparecen quieran expresar lo mismo, sino simplemente porque cuajaron especialmente en esa sociedad medieval que los esculpió o pintó, ya sea por motivos estéticos, de gusto u otros motivos, ahora sí, más profundos. Lo único que realmente los unifica es la temática que todos ellos utilizan, toda ella extraída del Antiguo o Nuevo Testamento o de las hagiografías (vida de los santos y de los mártires) más importantes y significativas. Como llevamos repitiendo una y otra vez, la simbología románica es una verdadera catequesis pétrea que expresa alegorías de pecados, vicios y virtudes.

         La complejidad del símbolo impide la creación o el establecimiento de un “código” uniforme que posibilite un básico y elemental instrumento desde el cual partir en nuestro intercambio dialéctico, pero sí puede ser un buen punto de partida para comenzar un acercamiento hacia el Arte Románico y su rica y variada simbología, intentando de desvelar, interiormente, qué es lo que a nosotros no está tratando de decir, qué nos quiere representar, qué pretende aflorar de aquello que tenemos tan oculto. Si los primeros cristianos ya los utilizaban para comunicarse entre ellos y expresar sentimientos, vicios y virtudes, ¿por qué nosotros no podemos hacerlo igual? Los símbolos están ahí, sólo hace falta ir a mirarlos y descubrir el mensaje que me tienen o nos tienen preparado. Es un mensaje único, personal e intransferible, que no tiene que ser el mismo para cada persona que lo contempla, pero un mensaje al fin y al cabo que sale y llega al corazón de cada persona.

         El Arte Románico es un arte que nos tiene preparados infinidad de sorpresas. Nosotros somos los destinatarios de ellas, los elegidos para disfrutarlas. No podemos dejar pasar esos momentos que nos tiene reservados. Además, creo que os lo merecéis o nos los merecemos (sííííííí, unos más que otros, pero todos, al fin y al cabo).

         ¡Hasta pronto!


viernes, 12 de agosto de 2016

DON INO Y LOS "MOLONES"

          
          Eso de las modas y los cambios de costumbres siempre ha existido. Y en mis tiempos, los padres se enfadaban con sus hijos sobre las nuevas formas de vida que éstos iban adquiriendo. El enfado de los padres no era tanto por el nuevo estilo de vida adoptado por sus vástagos, sino por no continuar con lo ya establecido, con la costumbre, con la tradición. La nueva vida del hijo no era por llevar la contraria a los padres, sino como forma de reivindicarse en el mundo, en la vida, como un llamar a la puerta del avance y del progreso, siendo unas veces conscientes y otras inconscientes de lo que podía acarrear lo nuevo por establecer, y el poco conocimiento o el mal uso de las palabras avance y progreso, la mayoría de las veces prostituidas para ocultar la verdadera realidad: querer hacer lo que venga en gana el día que venga en gana, a la hora que venga en gana.

         A la par de la existencia de modas y cambios de costumbres, también ha existido siempre, y asociados a esos cambios, el borreguismo, la magnificencia de lo conseguido, y el enfrentamiento y la rotura de relaciones con todo aquel que le intente discutir su nueva cultura y forma de vida. El “conmigo o contra mí” se convierte en la mayoría de las ocasiones en el lema que agita su bandera, bandera que como todas las anteriores, las presentes y las venideras acabará desfilachada, rota y menguada en forma y tamaño de tanta agitación, y tanto ondeaje al viento. Eso es lo que quizás ellos no saben o lo ocultan si lo saben, lo que es aún peor y más peligroso, porque lo que hacen y cómo lo hacen lo hacen a conciencia y con un determinado fin oculto, casi siempre enfocado en el prójimo, y si es el más débil, mejor, más fácil es todo.

         Pero mientras que en mis tiempos y años posteriores, muy posteriores, esos cambios sociales juveniles y no tan juveniles se producían más o menos separadas en el tiempo, en la actualidad los cambios son más veloces, más rápidos, no dando tiempo a adaptarse a una moda cuando ésta desaparece de la noche a la mañana, y de la mañana a la noche aparece otra nueva.

         El motivo es bien fácil de adivinar: los creadores de las modas y sus pseudoseguidores quieren la exclusividad, quieren darse a conocer como una minoría vanguardista, rompedora, salvadora, respetuosa con los animales (ver la violencia literariamente hablando de los antitaurinos), deportistas, poco consumistas, ecológicos. En el momento que el borreguismo ensalza y comienza a agitar su nueva bandera, dicha cultura o moda desaparece para iniciar la andadura una nueva contracultura con el mismo fin que la anterior, y por supuesto que la venidera: tratar de vender cosas y molar, a la par que llamar la atención con un buen número de imbecilidades y escándalos con el único objeto de mantenerse en la palestra. Si no ha quien les diga lo guapos y molones que son, comienzan a incendiar las redes sociales contra todo aquel que no participa de sus estupideces, y cuando comienzan a darse cuenta que lo que querían hacer (si es que querían hacer algo de verdad válido) no iba a cambiar el mundo y tratar de adaptarse a sus gustos, desaparecen de la escena social y aparecen al cabo de un ratito con otro surtido de imbecilidades y estupideces muy cercanas y similares a las dejadas por sus antecesores (que en realidad son los mismos, ya que en vez de llevar pantalón de campana lo llevan de pitillo. Hay que ver lo puesto que estoy en esto para ser un cura de los siglos XIX y XX). Y es que para ellos, todo lo masivo no significa nada y tienen que sacar e inventar una nueva y absurda etiqueta social para poder soportar mejor la estupidez humana, basada, como no, en el vanaglorismo y en el miramiento de ombligo.



         Con la cantidad de vocaciones sacerdotales que había en mis tiempos, ¿os imagináis que cada poco tiempo comenzáramos un grupo de curas a tratar de cambiar la liturgia de la misa? ¿Os imagináis una misa oficiada por una caterva de estos gafapastosos? Veamos: en vez de utilizar agua y vina en la consagración, utilizarían un gin-tonic con bolitas negras parecidas a cagarrutas de oveja; en vez de una oblea de pan, utilizarían pan de pueblo con una corteza de dos centímetros de gorda, por lo artesanal y fermentación casera, lo que obligaría a sacerdotes de cierta edad a llevarse a la misa un mortero para machacar la corteza del pan para poder tragárselo en vista de las poquísimas piezas dentales de que dispone para atacar semejante lancha de pan; en vez de darnos la mano en la paz, se inventarían un saludo estilo afroamericano que los feligreses deberían ensayar media hora antes del comienzo de la misa debido a la complejidad del mismo, pero santo y seña oficial de dicha congragación; en vez de rezar el Padrenuestro cogidos de la mano, realizarían la ola, lo que añadiría un plus de calidad al oficio debido a su compenetración con el deporte, aunque con la edad media de los feligreses, … no sé yo; y ya en la comunión en vez de dar al feligrés que así lo desee una hostia consagrada, le darían una rosquilla de San Isidro o una caridad de San Antón, con el agravante de que, obviamente, los feligreses comulgados no podría tragarse así como así, teniendo que dar tiempo para su masticación y quitada de hipo posterior, entrando en este punto de la misa un nuevo elemento muy nuestro: el vasillo de “limoná”, para tratar de acelerar la quitadura de hipo y de paso fomentar la gastronomía de la zona, valor añadido tanto para la misa como el fomento del turismo en la zona. ¡Tope la misa!

         Si todo esto os ha parecido una soberana idiotez (que lo es, sin parecer ni nada) y lo trasladamos al día a día, nos daríamos cuenta de la cantidad de imbecilidades que tratar de meternos por los ojos y por la boca, además de por otros sitios, tratándonos de convencer que eso es lo que de verdad vale, lo que debe ser, lo que debemos hacer y seguir para estar en la onda y, cómo no, en la cresta de la ola. No hay día que pase sin que aparezca un nuevo producto, un nuevo complemento, un nuevo alimento, un nuevo estudio dirigido sobre tal o cual cosa que avale el nuevo estilo social estúpido impuesto. Hay mucho y muy variado, pero trataré de citar sólo algunos, quizás los más llamativos o los que más a mano nos pueden quedar a nosotros, los “normales”, los “anti”, los “criticaores”, “carcas” y “pasados de moda”.

-      Cerveza artesanal: esta mezcla de jarabe para la tos, agua oxigenada y alcohol de noventa y seis a partes iguales, con una graduación alcohólica superior en algunos casos a los siete grados, está subiendo como la espuma (no la de la cerveza) Son incontables las marcas de cervezas artesanales que están surgiendo. Parece como si cada uno de estos visionarios tuviera un alambique o una destiladora en su casa. Eso sí, ninguno siembra o cosecha su “cebá”; eso es para otros, suyo es el trabajo artesanal y la comercialización y convencimiento borreguil. Lo de ir de cañas con este tipo de cervezas puede ser lo más parecido a una quedada para zampar potitos aguados pero con mucho alcohol. La anunciada castaña futura es cuestión del número de “cucharás” de potitos.


-      Café de color azul: es el tope de la gama de imbecilidades, estupideces e idioteces. Se la denomina blue latte, y se vende por el pírico precio de ocho euracos (no sé si el trago o la taza tipo café solo negro). Su alto valor nutricionista es que es antioxidante, de lo que se infiere que este potingue no está fabricado con agua, porque si hay algo que oxide más que el agua que me lo digan. Dicen que es muy saludable y que está cien por cien libre de materia animal, lo que no acabo de entender, ya que el café no es producto animal, a no ser que se refieran al borrico usado por Juan Valdés cuando baja el café de las montañas colombianas camino al “tostaero”, o se refieran al mismo Juan Valdés, animal también él pero de otro estilo. En fin, a ocho euros la tirada, los fabricantes de Lexatín están que les topa la ropa al cuerpo, por la caída de ventas.


-      Bicicletas viejas para no montar: como estas tribus (no sé si urbanas o no) no utilizan el transporte público (apoyando lo nuestro que se llama), utilizan la tracción animal, es decir, la suya, y prefieren, entre otros transportes, la bicicleta, aunque en muchos casos, o mejor dicho, en la mayoría, no van subidos en ella, sino empujándola, signo y símbolo de la confraternización entre hombre y máquina. Pero antes de esa ceremonia, la máquina ha sido repintada con colores chillones estilo Titanlux a brocha y papal recogegotas, por si alguna vez les da por madrugar para pasear por en mitad el campo y ofrecer un colorido campestre rompedor, muy lejos del mimetismo de la fauna autóctona lo habita, pero esa es la única forma que alguien pueda reparar en ellos, aunque sólo sea para soltar una borriquería verbal muy propia y adecuada a la situación. Siempre les quedará la opción, en el piso de treinta metros cuadrados, de colgarlas en el techo y llenarlas con macetitas de cactus y bonsáis atados con bridas de electricista, aunque esto último no sea una buena idea, ya que, con el tiempo, una bolsa de bridas para un electricista profesional puede llegar a costar cinco euros por brida, con el consiguiente incremento en las instalaciones eléctricas. Para que luego digan que no convierten en oro todo lo que tocan.

Foto de Sanz J Danilo

-      Batidos de frutas y verduras (smoothies para los amigos): todo molón barbudo y gafapastoso debe tomar un batido de frutas (solo) o verduras (solo) o un potingue de ambos, si es verdad que se considera un rompedor y un amante de la comida vegana (¿vegetariano de “toa la vida”?), probiótica (seguro que casi ninguno sabe qué es eso), proteínica (ver anterior paréntesis) y protectora y preservadora del medio ambiente, aunque esto último solo puede ser cierto a medias. Después de tomar uno de esos mejunjes, esta tribu nota como poco a poco van sintiéndose mejor, sobre todo de un día para otro, cuando la papilla alimentaria comience a hacer su efecto y se pasen toda la noche dándole voces al señor Roca sin posibilidad de un alivio “levantaor”, aunque sólo ser para estirar las piernas. Como no pueden reconocer la “tontá” que han hecho, siempre les quedarán consecuencias buenas conseguidas con el brebaje, como lo “limpicos” que se van a quedar y su iniciación a la literatura en la biblioteca del pobre, comenzando, eso sí, con algo fácil y sencillito: Ulises de James Joyce. Sobre la cuarta página, con permiso duodenal, van a su mesita de noche para coger uno de sus libros de cabecera, Fray Perico y su borrico, de Juan Muñoz Martín que, para autoconvencerse de nuevo, dicen que lo leen y memorizan para cuando les cuenten cuentos a sus hijos. Más cuentistas no pueden ser. Tope.


-      Pan artesano o pan moreno: como ya dije cuando auguré una misa hípster y molona, el pan de estos contraculturas es un pan con un cortezón de tres o más centímetros de grosor, conseguida con una fermentación natural y una cocción lenta. Esto hace que el pan pueda durar algo más de un día, muy lejos del tiempo que dura una barra caliente de los establecimientos pret-a-porte orientales que hay cada dos puertas en cualquier ciudad o pueblo más o menos grande que se precie. Eso sí, el precio de esta maravilla incorruptible y fibrosa puede rondar los nueve euracos el kilo, lo que hace que no pongamos cara de extrañeza cuando en un establecimiento hostelero nos cobren diez euros por un montadito de tortilla francesa sin más más; el pan es artesanal, suele ser la justificación. Si a eso le añadimos que los huevos son ecológicos (¿o lo son las gallinas?) y proteínicos, lo que favorece una alimentación macrobiótica y ortoréxica (que tanto ellos como  yo no sabemos qué significa ese tipo de alimentación aunque mucho me temo que es una alimentación de “toa la vida” cambiada de nombre, muy de estos molones para vender y, sobre todo, encarecer productos), los diez euros del “montao” se nos hacen baratos y dejamos cincuenta céntimos de propina balbuceando algo sobre su uso en una barbería, síntoma del cabreo que llevamos por ser víctimas de otra estafa legar a la que nos abocan estos molones. Como el pan, dicen, puede durar más de un día, decidimos comernos el “montao” a trocitos pequeñitos tipo miguitas de Pulgarcito durante las cinco comidas que recomienda la OMS para darle coba a los diez con cincuenta euros del manjar, acordándonos siempre de nuestra gloriosa barra de Viena con trozos de magras dentro, sólo para merendar. Han vuelto a convertir en oro (o en miseria, según para quién) todo lo que tocan.


-      Canastas de frutas (madera de palés para ser más exactos y llamarle al pan, pan y al vino, vino): en otro intento de llamar la atención, tanto por la “tontá” como por el engaño, estos urbanitas molones han puesto de moda las canastas de madera de frutas y los complementos de interior fabricados con madera de palés. No hay casa molona ni café clónico, restaurante o establecimiento regentado por esta gente que no tenga mesas, estanterías, maceteros, armarios (empotrados y sin empotrar), sillas, etc., etc., fabricados con esa madera. Ellos dicen que son complementos ecológicos, que es madera reciclada, cuando lo cierto y verdad es que es madera rutilantemente nueva de puro pino gallego, llegando a hablar diversas federaciones regionales y nacionales de la madera de una “maderización”, o sea, una tendencia nueva en los envases con el fin de imitar la madera o realizarlos con madera. Y si fuera el Amazonas me pondría a temblar pensando en el estropicio que me harían estos molones madereros en los próximos años. Por cierto, ¿habrán oído hablar estos listos de la carcoma? Lo mismo la cocinan a fuego lento después de criarla en su casa pensando que también es comida ecológica.


-      Obsolescencia de Ortega y Gasset: aquello se “yo soy yo y mis circunstancias” que decía esta buen José lo han asimilado, abanderando y prostituido de tal forma que todo lo demás se lo pasan por el arco de sus piernas con galibo bajo con el fin que roce donde debe rozar. Ellos son ellos, y no los demás, o como los demás, y para conseguirlo y tratar de diferenciarse del resto de los “normales” han cambiado de nombre a todo aquello que les ha parecido bien, mejor dicho, más que cambiar de nombre lo han inglesizado, por no decir idiotizado. Ahora no hay compradores con personalidad comprando lo que desean, sino “Personal Shooper”, que no es lo mismo; ellos son una cosa y nosotros otra, pero sigue sin ser lo mismo. Ellos utilizan la técnica del Mindfulness para trabajar; nosotros, cuando trabajamos, prestamos atención plena en cada momento en lo que estamos haciendo, aunque no entiendo muy bien donde está la diferencia de unos y de otros, ¿quizás en que nosotros no tenemos tantos pájaros en la cabeza cuando trabajamos?. Ellos tienen “coachs” para todo y consultan con “influencers”; nosotros nos las apañamos como podemos y aprendemos todos los días del día a día, nuestros éxitos y nuestros fracasos son nuestros y de nadie más, como nuestras alegrías y nuestras penas. Eso sí, somos y seremos siempre mucho más libres y personales, sin “coachs” ni “influencers”. Ellos miran al adelgazamiento para obtener un cuerpo que cumpla con sus cánones establecidos. Para ello utilizan el “running”, el “crossfit”, el “fitness”, el yoga, la terapia dietox, comen “clean food” y no comen “bad food” y obtienen el estado “wellness” después de intentos y más intentos sin conseguirlo, pero diciendo y vanagloriándose de ello en los círculos adecuados y molones. Nosotros seguimos comiendo turrón y polvorones en verano, comemos “cascamonos” de primer plato y una sarta de chorizos y morcillas secados encima de la leñera como segundo plato. El postro puede ser pan de Calatrava o media sandía, según si el tiempo acompaña. Luego nos vamos a inflar la rueda de un tractos con una bomba manual (eso sí, la rueda pequeña). Ellos toman quinoa, bayas de Goji, aguacates (guacamole), chía, kale (berzad de “toa la vida”); nosotros tomamos patatas en bicicleta, macarrones con chorizo, migas, gachas, magras, chorizo cabecero, torreznillos de carántula, tiznao, poleo, atascaburras, patatas al montón, cebolla con huevo, perdiz en escabecha, sardinas de cuba, tortas de chicharra, rosquillos fritos, pestiños, roscapiña, torrijas, arrope, y hacemos vinos de pitarra y mistela con mucho clavo (miedo me da pensar cómo y, sobre todo, con qué harían ellos la mistela); vamos menudencias tentempiés para pasar la mañana, … y nosotros tan normales. ¡Mundo cruel!


Estos molones, hípster, yuccies o como se llamen ahora o dentro de un rato, tienen entontecida a media sociedad, sobre todo a la parte más joven de ella. Los están llevando a una sociedad de la excelencia, de ritmos frenéticos, de resultados inmediatos. Les están creando un entramado sociocultural que les construye sus propias subjetividades, eliminando de ellos cualquier resquicio de personalidad, lo que de verdad diferencia a un ser humano de otro. Da pena verlo y mucha rabia decirlo y denunciarlo, pero considero que solo así se puede llegar a cambiar toda la tontunez de la que estamos invadidos.

Muchos de vosotros consideraréis que mi denuncia social es meterme donde no me llaman, que con no hacerles caso es suficiente; que si no me gusta pues no los sigo y que deje vivir a los demás, que cada uno haga lo que quiera. Quizás llevéis razón los que pensáis eso, pero creo que yo también la llevo porque considero que todo tiene un límite, el de cada persona o ser humano, y el tener a alguien constantemente intentando cambiar los límites diciendo a los demás lo que deben y no deban hacer, lo que deben y no deben pensar, lo que deben y no deben comer, lo que deben o no deben beber, lo que deben y no deben pagar, cómo deben y no deben vestir, qué música deben y no deben oír, cómo deben y no deben trabajar, en qué deben y no deben emplearse; en definitiva, qué está bien y qué está mal.

Muy mal vamos si nos dejamos llevar y guiar por todas estas formas. El ser humano tiene, o debe tener, la suficiente personalidad para estar por encima de todo eso, y la suma de todas las personalidades de todo ser humano que forma nuestra sociedad es lo que la hace grande y fuerte. La anulación de la personalidad tiene consecuencias nefastas, terribles y horribles (ver algunos pasajes de la historia reciente de España y Europa y luego me contáis).

Soy (o fui) un “carca” (además de muy viejo y muy antiguo), y lo sé (o lo sabía), pero sé (o supe) lo que soy y siempre he querido (quise) seguir siendo lo que soy; al menos puse todo mi empeño para que nadie me anulase o me quitase mi personalidad. Es (o era) mía, y es lo que me diferencia (o diferenciaba) de los demás seres humanos. Ego sum.


lunes, 8 de agosto de 2016

DON INO Y LAS VACACIONES


          Quién no ha visto en verano a un cura, bien con una camisa gris o bien con una camisa negra, con el cuello abrochado pegado a la garganta y sellado con la típica tirilla blanca, y no se ha preguntado cómo puede ese hombre aguantar el calor que hace. Si además es un cura algo mayor y, como se dice ahora “chapado a la antigua”, lleva su sotana, la extrañeza y la incomprensión nos invaden y los calificamos como personas peculiares o singulares en el mejor de los casos. Pero lo cierto y verdad es que en mi época, la sotana, tanto en invierno como en verano, era una prenda obligatoria, con calor, con frío, con viento, con lo que fuera. Con frío o con lo que fuera todavía tenía pase, pero en verano era algo incomprensible. Y la llevábamos durante todo el verano, porque, a diferencia de ahora, los curas de mi época no teníamos vacaciones, no disfrutábamos de ese periodo ocioso en el que una persona dejaba de lado su vida laboral y se dedicaba en pleno a los placeres mundanos; es ahí, en ese periodo vacacional cuando podríamos habernos quitado la sotana, pero ni por esas. También es cierto que la vida en mi época se desarrollaba de otra manera: la casi totalidad de las personas se pasaban el verano en sus faenas agrícolas o ganaderas, no había tantos hoteles, ni la playa tenía ese estatus de paraíso terrenal. Sin embargo, lo que era invariablemente inevitable era el calor sofocante del verano, días larguísimos de sol machacándonos con calores horribles y noches sudorosas en camas húmedas. Eso es el verano, para muchos la mejor época del año, la que más les gusta, o por lo menos eso es lo que dicen.

         Siempre he estado convencido que el verano no es bueno para las personas, que no les puede gustar, por mucho que digan que es la mejor época del año. Aguantar cuatro meses temperaturas de casi treinta y cinco grados día sí, día no, no es sano, ni bueno, tanto biológicamente como mentalmente. Afirmar que el verano gusta es confundir las vacaciones, el ocio, la cervecita, la playa y la siesta (recordamos que España es el país paradigmático de la fiesta, la siesta e Iniesta) con el calor, con días interminables de sol (demostrado científicamente que es anti natura para el ser humano), y con noches y noches sin dormir ni descansar adecuadamente.

         Pero lo cierto y verdad es que pasamos la mayor parte del año esperando el verano, reclamándolo con fuerza, pensando, programando y contratando las “merecidas” vacaciones estivales, aquellas que nos van a sacar de la monotonía del trabajo, las que van a solucionar todos nuestros problemas de convivencia, las que nos van a permitir descansar más y mejor, cuando en realidad las vacaciones se pueden convertir en una trampa mortal para nosotros y para nuestra familia, amén de los problemas económicos que nos pueden acarrear por haber tirado la casa por la ventana al contratar ese viaje o estancia fuera de nuestro alcance y posibilidades, pero con la noble intención de tratar de solucionar problemas familiares. El resultado, las mayores de la veces, es totalmente el contrario y terriblemente nefasto.

         Dejando a un lado aquellos que prefieren menos días de vacaciones en un hotel de costa pero con la única obligación de comer y beber sin conocimiento, aquellos que prefieren más días en un apartamento playero con la obligación de seguir realizando las mismas actividades caseras que en su propia casa pero con la cesta de la compra disparatada un doscientos por cien por estar donde está, o aquellos que prefieren una larga estancia en el pueblo (pegar la gorra en lenguaje coloquial) visitando a familiares que no han visto desde hace casi cuatro meses (desde Semana Santa más o menos, el que haya ido al pueblo por no haberse ido al extranjero o a la playa que es lo que mola hoy en día en esa época del año), lo cierto y verdad es que las vacaciones se convierten en un desafío, en una auténtica lucha de supervivencia, en un mal humor constante aderezado con fatiga crónica y explosiones de mal humor. Vamos, flipando en colores.

         Sin dejar el sofocante y cansino calor, llegan las vacaciones que tanto nos gustan, y con ellas el primer madrugón del primer día para iniciarlas (¡empezamos bien!, madrugando más que para ir a trabajar). Cuatro, cinco o seis horas de coche, sin contar atascos en la salida y en la llegada, y retenciones hasta llegar donde vamos, sea donde sea. Una vez acoplados en nuestras nuevas estancias comienza el calvario.

         Independientemente de donde nos hayamos dejado caer, comenzamos a comer y a beber sin conocimiento, provocando hinchazones, llameteos estomacales y atascos colonarios y duodenales, lo que nos obliga a buscar farmacias para adquirir pack’s de 6 unidades de enemas desatascadores, primer alivio de mis grandiosas vacaciones.

         Si hemos optado por la opción pueblo con familiares y larga estancia, cambiamos los desatascadores por las tisanas, tila para ser más concreto y no faltar a la verdad. Garrafas de arroba y media de tila vamos consumiendo hora a hora, minuto a minuto, sin dejar de chupar ese macarrón que tenemos cosido permanentemente en la boca en un extremo y con el otro en la garrafa con ruedecillas que vamos arrastrando constante y penitentemente a modo de botella de oxígeno vital tranquilizante a medida que nos vaya haciendo falta, cuando notemos que se han pasado los efectos del trago aspirativo anterior y tenemos un nuevo episodio de arrebato asesino. Y es que la convivencia con el cuñadito de turno, los suegros halagadores y hacendosos y los sobrinos importantes hacen que la estancia en el pueblo deje a un paseo por un campo de minas en una mera anécdota bélica, en un Camino de Santiago espiritual y renovador. Eso sin contar las comidas “fresquitas de cuchara”, inventadas por los ancestrales paisanos del lugar para tratar de evacuar el calor adquirido durante la mañana, lo que nos provoca verdaderos regueros de sudor y encharcamiento camil mientras tratas de dormir un rato una siesta casi impuesta, buscando el botijo a tientas para echar un trago de agua por el lado de la boca donde no tienes cosido el macarrón tilero y vital.

         La opción playa tiene dos vertientes: opción hotel u opción apartamento. La opción hotel es una opción más corta, más tranquila, más sosegada (si es que las vacaciones son sosegadas) pero también la más cara. Este formato vacacional tiene como única obligación comer y beber sin conocimiento ni control, con las consecuencias estomacales y estreñidas ya referidas. Sabes que son pocos días, y que en ese tiempo tienes que amortizar todo lo que han pedido que tenías que pagar por esos días de asueto. Si no te atasquizas y envasquizas, llegas a tu casa con la sensación de haber tirado el dinero, aunque la hinchazón de cara, manos y pies dice lo contrario. Los próximos siete días, como poco, son de recuperación, introduciendo frutas por la cavidad superior y peras con agua y jabón Lagarto (por aquello de la sosa y el aceite usao para que salga más rápido el brazo de gitano) por la cavidad inferior, ya que el dinero que te queda no da para más, por muy baratos que estén los pack’s de 6 unidades de enemas, y aunque por el segundo pack sólo pagues la mitad. Los remedios de la abuela quizás sean nuestra farmacia particular en los próximos meses.

         Con la opción apartamento de playa la cosa cambia. Estás como en tu casa pero en la playa. Cocinas, haces la cama, barres, friegas, lavas la vajilla y la ropa (cada cosa donde corresponda) haces la compra en tiendas de barrio donde un melón puede llegar a costarte lo que todos los regalos de Reyes juntos para toda la familia, y, cuando ya parece que no tienes nada que hacer, te vas a la playa, ese oasis anual merecido en tu vida que te va a permitir sentirte como un auténtico ser humano.

         Es muy probable que no tengas que coger el coche para ir a la playa, por lo que te ahorras el buscar aparcamiento lo más cercano al borde de la playa, pero como contrapartida tienen que ser ti mismo el portador de los complementos y utensilios necesarios para disfrutar de tan merecido regalo.

         Tras un organizado y mental pensamiento para transportar tanta mercancía comienza el embarco: sombrilla al hombro a modo de fusil, bolsa de palas y pelota en el otro, sillas plegables en una mano y bolsa playera con tentempiés hipercalóricos en la otra, triple riñonera en cintura sujetas por las toallas playeras, gafas de sol negras, sombrero de paja tamaño entre segador y mejicano, y chancletas de entrededo para levantar arena hasta la altura de la espalda cuando comiences tu entrada triunfal en la arena, después de pasear garboso esos quinientos u ochocientos metros que separan la puerta del edificio de tu apartamento de la arena de la playa (del piso donde te alojas no hablamos porque no hay ascensor).

         Como te ha sido imposible bajar a las cinco de la mañana a coger sitio para plantar tu sombrilla, la hincas en mitad de la playa, a cien metros de la orilla, allí donde es imposible ver el agua del mar debido al gentío y las sombrillas champiñoneras. Una vez realizado el desembarco y edificado el palacete playero, comienza el desvestimiento y la untada de “pomá” para evitar sarpullidos y levantamiento de pellicas, terminando en el refrescante baño de agua marina, con el inevitable placer de descargar vejigas hinchadas después de tan azarosa y reconfortante mañana. Esto último se puede adivinar por la sonrisilla tipo postcoital que se te pone durante tan noble e imprescindible acción fisiológica, amén del espatarramiento y plante quieto solo alterado por el saltito obligado por la entrada y llegada de olas rompedoras en prominente barriguita cervecera y estival, siguiente tarea obligada una vez terminado el termal baño y llegada a nuestro aposento.

         Ataviado nuevamente con el sombrero seta de paja, gafas de sol negras y cartera dineraria sujeta entre la barriga y la goma del bañador, tras paseo oteador de ubres libres de vestidura por la orilla de la playa, llegas al chiringuito más cercano a por las cervecitas de rigor, bien tiradas (según el camarero) y mejor "sableas" (también por el camarero), lo que te hace olvidar el encanto visual pretérito para soltar un improperio sobre el precio de la “cebá” este año.

         Cuando te dispones a ir al hato te das cuenta que te has dejado las chancletas bajo la sombrilla antisolanera, y, con el fin de no escaldarte las plantas de los pies, comienzas a correr para llegar lo antes posible. La carrera se convierte en una lucha entre llegar pronto y mantener la mayor parte del líquido cervecero en los vasos de plástico; vamos, lo más parecido a una carrera de camareros con bandeja el día de Santa Marta. Cuando llegas, el poco líquido restante que queda en los vasos es el “cobete” que anuncia el comienzo de una serie de voces desencajadas provenientes de la parienta tumbada al sol, vuelta y vuelta, y que versan sobre el poco interés que pones para hacer cualquier cosa. Falta de afición dicen por ahí; hartura de playa afirmas tú.

         Con el fin de apaciguar el caldeado ambiente y no dar más motivos de miramientos a la familia devoradora de files rusos de al lado, la lágrima de cerveza que te queda en tu vaso se la viertes en el de la parienta, y la setaza que tenías y que has aumentado con el slalom cervecil, casi te obliga a ir de nuevo al chiringuito, pero por no ver de nuevo lacara del camarero cuando te ha respondido por el precio de la “cebá” en longa, te aguantas hasta que llegues al apartamento, última estación del viacrucis matinal antes de comenzar el vespertino.

         Cuando se calcula que ha llegado la hora de marcharse a calentar los macarrones con tomate que se quedaron hechos allá por las nueve y media de la mañana, comienza la recolección y montaje de aparataje playil. Sombrilla, paletas y pelota (¡no se “pa qué” les hemos traído), sillas plegables, bolsa chuchera (ni tocarlas; bastante he tenido con las voces, que también alimentan), toallas enrolladas y riñoneras en posición. Chancletas al pie comienza el regreso a casa, levantando arena a más altura si cabe que en la entrada debido al hundimiento de pies, propio del cansancio físico y mental.

         El paseo hasta la puerta del apartamento (de la subida al infierno mejor no hablamos) es menos garboso que el de ida y más callado; tan sólo se oye ronchar arena y soltar gargajos arenosos cuales pollos mañanero de fumador empedernío. Esta tarde más de lo mismo. Y sonreirás levemente pensando que queda un día menos para volver a tu casa, a tu querida, añorada y deseada casa, jurando y perjurando que no vas a volver a la playa … hasta el año que viene.

         Otra opción vacacional es una salida al extranjero: cualquier país del norte o del centro de Europa, incluso algún destino turístico centroamericano. Esta opción es la más cara pero también la más arriesgada, sobre todo por el avión. Pero no por el avión o aparato en sí, sino por todo lo que le rodea: huelga de controladores, huelga de pilotos, huelga de azafatas, huelga de gasolineros, cancelación de vuelos, retrasos de vuelos, sillones incómodos para dormir durante días, aseos sin duchas para asearse durante los días de espera, etc., etc. Una semana en Cancún pagada a tocateja en el mes de enero puede convertirse en cuatro días de ejercicios espirituales en el aeropuerto, dos de ida, uno de estancia en el hotel y otros dos de vuelta al aeropuerto (hogar, dulce hogar) y dos días libres menos para Navidad por haberte pasado en días de vacaciones. La culpa fue del cha-cha-cha, pero sin vacaciones de Navidad te quedas tú.

         El atontamiento jetlanguero con el que aterrizas no te hace olvidar el cabreo por la pérdida de vacaciones en Navidad, por mucho que te mires la pulsera del colorines del todo incluido del hotel donde no te ha dado tiempo ni de ponerte el bañador Turbo estilo piel de leopardo para “calentar” el ambiente. Solo tienes en mente el mojito purgante que te tomaste la única noche que pasaste en el hotel (lo que te va a evitar la compra del pack de enemas tan celebrado en cualquier tipo de estilo vacacional), y la obligatoria estancia navideña en el pueblo (con todas las consecuencias ya aludidas y avisadas con anterioridad) por el exceso de juerga caribeña que nos has “catao”. Solo pensar que quizás el año que viene tengas que volver de nuevo a ese mismo sitio en verano para saber de lo que va la vaína, te dan ganas de quedarte unos días más en el aeropuerto (al fin y al cabo le acabas tomando cariño después de tantos días acogido en su seno), en esos sillones y esos baños que tanto cariño les cogiste durante tus ejercicios espirituales antes de tu idílico destino.

         Hay más opciones vacacionales, como las Islas Canarias, llamas “la polvaera nacional” no sé muy bien por qué, o las otros islas, las Balerares, donde pueden practicas un deporte que los jóvenes ingleses, todo ebrios ellos y con modales británicos tan característicos en ellos), han puesto de moda: el “balconing”, que traducido al español significa “piscimortix”.

         Pero la verdadera opción vacacional, la buena, la válida, es quedarte en tu casa y hacer lo que te venga en gana, eso sí, sin molestar al prójimo. Descansarás (incluso el esfínter), pocas alteraciones emocionales, rutina a medias, y salud dineraria para casi todo el invierno. Para todo lo demás ya habrá tiempo, siempre y cuando tengas la intención de hacerlo.

         En mis tiempos quizás fuera más fácil, muchos más en mi caso por la propia idiosincrasia de mi profesión y mis aficiones. Misa matinal tempranera, mañana histórica donde correspondiera y tarde chocolatera y rebañadera entre devotas y feligresas, para terminar con la misa vespertina que marcaba el inicio del descanso nocturno para un día de mañana calcado al anterior. Quizás fuera más aburrido y más tedioso, pero era más saludable, sobre todo emocional y económicamente hablando. Pasaba más calor con la sotana, pero me daban menos “calorás”; daba más “cabezás” por las siestas, pero tenía menos sobresaltos durante el día. Sólo salía de mi casa para realizar visitas históricas y pastorales (que no pastoriles) pero aprovechaba más el día, día gemelo al de ayer y al de mañana, pero día apacible y placentero.

         Me gustan las vacaciones, pero también me gusta el día a día, el “carpe diem”, la disciplina, la monotonía diaria. Algunos pensarán que yo me lo pierdo, cuando tengo claro que realmente yo me lo gano, incluso lo gano. Son formas de ver las vacaciones, pero toda alteración del día a día conlleva unas consecuencias nefastas en la mayoría de los casos, placenteras en situaciones muy esporádicas.