viernes, 16 de diciembre de 2016

SIMBOLISMO ROMÁNICO (II)



          ¡Chaaachooooos! ¡’Amos ya, hooombreee! Que tenemos a medias un tostón románico, y éste es “güeno” de verdad. No os desaniméis, chicos, que esta segunda parte va a ser un poco más amena porque vamos a descubrir y conocer animales fantásticos que eran utilizados en la antigüedad y en el mundo románico para significar y simbolizar aquello que el hombre de esa época tenía la necesidad de expresar y no tenía otros medios para hacerlo, salvo de esta forma, nada más que por medio de animales fantásticos creados por la unión de dos o más animales reales cuyo resultado final fuera otro diferente pero con las virtudes y los defectos de los que lo forman. También veremos animales reales y cotidianos, que muchos de vosotros tenéis en vuestras casas o vuestros huertos, que también eran utilizados en esa época románica para significar y simbolizar virtudes y defectos. Habrá frutos y frutas, formas geométricas, representaciones humanas, poses, escenas cotidianas, etc., todo ello con el único fin de expresar algo, de significar algo, de simbolizar algo, y todo con finalidad, todo a conciencia, con conocimiento y con funciones propias y delimitadas.

         Haciendo recordatorio por enésima vez del analfabetismo galopante de la casi totalidad de la población románica, el clero sobre todo tuvo que buscarse unos medios para poder instruir a toda esa población que no sabía leer ni escribir, ni que, además, entendía la lengua culta que éstos utilizaban en sus oficios religiosos: el latín. Por ello, tuvieron que ideárselas para hacerlo, utilizando símbolos a los que le dieron una especie de significado, bien por convención, bien por convencimiento, bien por asimilación de culturas anteriores, o bien por su adaptación a la nueva sociedad de la que formaban parte. El caso es que por medio de símbolos, materiales, animales o de cualquier otra índole, trataban de instruir a toda esa masa de analfabetos (tal y como suena; era la pura y dura realidad).

         En la primera parte de este larguísimo capítulo hablamos de la dificultad de interpretar personalmente cada símbolo. Para cada uno de nosotros podían llegar a tener significados diferentes, incluso contradictorios. Si a eso le añadíamos que muchas veces eran representados por personas que no sabían lo que estaban representando, y además lo representaban mal, el símbolo creado nada tenía que ver con el original, creando un algo que ha llegado a nuestros días carente de simbolismo y significación, con todo lo que ello puede acarrearle a un hombre moderno a la hora de realizar o buscar una interpretación personal. Historiadores y especialistas (sííií, mucho más que nosotros) se afanan diariamente para tratar de descifrar su significado, no llegando, la mayoría de las veces, a una conclusión clara y definitiva. Ello da muestras de la dificultad de la tarea a realizar, y de la dificultad que es tratar de encasillar algo objetivo a la subjetividad de la persona, no ya de la de ahora, sino también de la persona de aquellas época románica, mucho peor preparada que la actual pero, a la vez, mucho mejor preparada, también que la actual (parece una contradicción, pero no lo es; hay que contextualizar cada preparación), sobre todo para asimilar y aceptar esas representaciones como su libro de la vida, personas carentes de expresividad pero con la necesidad imperiosa de esa aceptación y gritar al mundo todo lo que tenían guardado en su interior y que algo y alguien le impedían poder exteriorizarlo. Esa necesidad les hacía mucho más receptivos, y a la vez más expresivos, muy alejados de las personas que formamos la sociedad actual, faltos de estímulos y de espiritualidad, no ya para seguir realizando esa misma labor, sino también para intentar comprender la labor de esas personas románicas y el mundo donde habitaron. La prueba evidente la tenemos en la sobriedad y “desnudez” de los tempos cristianos que se construyen en la actualidad, que apenas permiten la incorporación de la imagen central o la de a quien está dedicado dicho templo, como si los feligreses y el clero en general se hubieran cansado de abundantes imágenes, o, simplemente, no tengan nada que representar porque no tienen nada que enseñar, que quizás sea ésta la verdadera razón de esta nueva época de iconoclastia (una palabrita más ‘pal cubo de la Guada).

Iglesia del Jubileo (1996) - Roma

         Como todos sabéis, en la época medieval, y más concretamente en la época románica que es la que a nosotros nos interesa, la religión se manifiesta por encima de cualquier otra actividad humana, aunque no es el único elemento preponderante de la vida del hombre románico, aunque sí puede ser considerada como fuente reguladora de todas las demás fuentes existenciales. Y como no podía ser de otra forma, era también la reguladora a la hora de expresar, por medio de representaciones, todo aquello que esas personas estaban dispuestas a dar a entender. Pero como personas que eran, no solamente tenían la necesidad de expresar su espiritualidad, sino también aquello más mundano, más vulgar, más cercano a su verdadera vida social, familiar, amorosa, y también sexual, así como festiva y ociosa, vida muy alejada de los preceptos religiosos pero tan válida y necesaria como aquella que promulgaba la religión. La consecuencia de esa dicotomía era la aparición de determinadas figuras o representaciones enfrentadas entre sí, pero representadas dentro de un mismo espacio arquitectónico: la iglesia o el templo. A una se las denominó figuraciones sagradas y a las otras, profanas.

         Pero, … ¿qué es algo profano? La RAE de la Lengua define lo profano como “aquello que no es sagrado ni sirve para usos sagrados.”, en contraposición con el término sagrado, que lo define como “digno de veneración por su carácter divino o por estar relacionado con la divinidad.”. Ambas representaciones no sólo conviven en dichos espacios religiosos, sino que tenían la obligación de hacerlo, ya que toda la creencia religiosa de la época interactuaba con otros sistemas de creencias, adquiriendo valores sociales y morales que les ayudaban a determinar la selección de metas a largo plazo, además de ayudarles a controlar su propia conducta y su propio equilibrio emocional. No debemos olvidar que nuestra conducta humana siempre ha estado guiada por el sistema de creencias que tengamos cada uno de nosotros. A esto hay que añadirle que casi toda la trayectoria del ser humano se ha desarrollado sin la existencia de la escritura (recordamos una vez más el galopante nivel de analfabetismo de la sociedad románica), lo que contribuye, aún más, a utilizar representaciones simbólicas para expresar su pensamiento. En la historia de la humanidad, los fines religiosos del arte no han estado reñidos con los utilitarios y estéticos, en tanto que una belleza sobrecogedora ayuda a asegurar la efectividad de lo mágico, lo divino y lo espiritual.

     ¡Vaya introducción que me he marcado! Supera, con creces, y sin conocimiento, cualquier otro rollazo románico que pudiera haber soltado. Pero es que cuando me lío, me lío, y no sé cuándo parar. Vamos a aterrizar en lo que quizás más pueda interesarnos, que os veo una cara de “empanaos” que no hay por donde cogerla.

         De entre todas las representaciones simbólicas que podemos encontrarnos en los templos e iglesias románicas, hay unas que sobresalen por encima de las demás, dejando a un lado las representaciones de escenas concretas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que simbólicamente no tienen otros significado que el propio que adquieren dentro de ambos textos sagrados, y que conociendo ambos textos, identificamos correctamente dichas representaciones y el contexto dentro de su ubicación (siempre y cuando sea la primigenia, que eso es harina de otro costal) en el edificio religioso. Las representaciones a las que me refiero son las representaciones de animales. Sí, animales, esos mismos que vosotros conocéis porque tenéis algunos en casa o en los huertos, y otros más raros, no reales, que llamaremos fantásticos, que, normalmente, lo forman partes de otros animales para darle un simbolismo específico además de cristianizarlo o satanizarlo.
Gallo. San Pedro de Tejada (Burgos)

         Los que tenéis animales (y los que no los tenemos) podéis apreciar que su presencia es algo inherente a vuestra vida y, por extensión, mucho más en la vida de una persona de la sociedad románica. La relación entre esa persona y los animales era una relación casi íntima, ya que éstos no solo servía como instrumento de trabajo y medio de alimentación, sino que también servían de compañía, una compañía más íntima que la actual, ya que en aquella época, los animales vivían en el mismo habitáculo o cabaña que las personas. Por ello, y debido al conocimiento que el hombre tenía de ellos, fueron también utilizados para enseñar a comprender las complejas estructuras sociales, los sistemas políticos y los dogmas religiosos que estructuraban la sociedad medieval. El hombre románico comenzó a representarlos asociándoles a cada uno de ellos una simbología normalmente de naturaleza cristiana y moral siempre al servicio de la Iglesia, que los utilizará para la representación del bien y del mal. A través de los animales, el hombre encuentra modos de comportamientos por comparación o metáfora con los mismos. El animal es una criatura divina pero que no se encuentra a la altura del hombre, y es por ello que va a emplearse, asociándole un cierto simbolismo en sentido alegórico, para explicar ciertos conceptos teológicos de difícil interpretación que éste debe asimilar.

         La simbología animal impregna todo el medievo, y eso se percibe en las distintas representaciones de los mismos que aparecen en los más diversos soportes al existir una sacralización de la representación en la Edad Media. Esas representaciones, junto a la personificación del comportamiento animal, fueron tomadas de las tradiciones de la antigüedad, fundamentalmente de Oriente (India, Asiria, Egipto, etc.), y enriquecidas progresivamente con la labor de los teólogos y los exégetas medievales.

         Pero con anterioridad a toda esa labor teológica, en la antigüedad, y sobre todo en Oriente como hemos dicho antes, ya se comienzan a fomentar las descripciones y representaciones de monstruos de aquella parte del mundo. Una vez más debemos adaptar nuestra mente a aquella época para tratar de comprender y aceptar que en ese periodo de tiempo de la historia, el hombre no conocía la mayor parte de la fauna que poblaba la Tierra. Para la mayoría de ellos, un elefante podía resultarle un animal monstruoso en comparación con un caballo, un buey, y no digamos con una cabra o una oveja, animales que pertenecían a su vida cotidiana. La inmensa mayoría de esas personas morían sin conocer un elefante, un rinoceronte, una jirafa, un avestruz, una llama (propia de América del Sur); si acaso conocían un león pero en cautividad, nunca en su hábitat.

Una prueba de lo que estoy diciendo la encontramos en la representación de un elefante en las pinturas de la ermita de San Baudelio, en Casillas de Berlanga, Soria, donde se representa un elefante muy deformado, en el que tan sólo sobresale la trompa, pero que más bien parece un perro con trompa, mucho más por el tamaño con el que lo han representado. Ello da muestra del desconocimiento total que tenían de dicho animal, de no haberlo visto nunca en su vida el pintor que lo plasmó en esa pared, y que lo representó tal y como aparece descrito en los diferentes libros que durante esa Antigüedad y hasta la Edad Media fueron apareciendo describiendo todos esos animales “fabulosos” que el hombre se iba encontrando en su camino, sobre todo en la campañas militares que constantemente se estaban produciendo en buena parte de Oriente y Europa.

Elefante. San Baudelio de Berlanga. Casillas de Berlanga (Soria)

         Aristóteles (¿os suena?), tutor de Alejandro Magno (¿tampoco os suena?) escribió Historia Animaliuns, donde describía los animales que iba viendo en los países conquistados, incluso corrigiendo falsas descripciones. Los romanos llevaron animales a Italia desde las provincias más remotas de su Imperio, más que por interés científico por aumentar la pompa de los triunfos militares y para su exhibición en los anfiteatros. Plinio (no, el de Tomelloso, no; otro que era romano), escribió durante esa época del Imperio Romano Historia Naturalis, donde reúne tradiciones y supersticiones populares que tanto había de influir en la literatura medieval y renacentista referente al mismo tema.

         El Physiologus (desarrollado sin duda en Alejandría a finales del siglo II o el principio del siglo III, es una colección de historias de animales cuyas referencias comprenden a la vez la descripción de una animal real o fabuloso, y la interpretación tipológica de su naturaleza), el Hexaemerón (6 días, etimología de la palabra), escrito por San Ambrosio, los Bestiarios, la Etimologías de San Isidoro, el Códice de Alberto Magno, Hortus Sanitatis, etc., son libros escritos durante todo ese tiempo y hasta la Edad Media en los que, por medio de imágenes y textos asociados, se les daba a los animales una serie de características, reales o ficticias, pero siempre acorde con los tiempos y relativamente consensuadas, narrando historias edificantes sobre las conductas de los animales y adaptadas a la época, todas ellas de un gran valor pedagógico.

         Todos estos libros tenían una gran característica en común: adolecían de un profundo conocimiento naturalista (la mayoría de los animales que aparecen en ellos no habían sido vistos nunca “in situ” por los autores) pero armoniosamente enlazados con la doctrina bíblica y cristiana. No hace falta volver a recordar una vez más que en la religión, sobre todo de aquella época románica, todo se aprovecha, y lo que hoy nos pueda parecer una doctrina bien conformada y perfectamente diferenciable de otras coetáneas, en su momento fue fruto de un sincretismo culturalmente enriquecedor. El uso de documentos paganos para enriquecer la propia doctrina nunca fue un problema irresoluble (… y mirar quién lo dice; ¡para que veáis!); bastaba adecuar convenientemente dichos textos a la doctrina. Mirad lo que advertía San Agustín: “El cristiano ha de entender que en cualquier parte que hallare la verdad, es cosa propia de su Señor.” (De Doctrina Christiana II, 18):

         Por lo tanto no puede extrañarnos que los Padres de la Iglesia se alimentaran de las fábulas moralizadoras de griegos y romanos para asociar repetidamente a los animales a diversas virtudes y vicios del hombre; en definitiva, dar una visión alegórica de los mismos. Incluso en el siglo VIII, desde altas instancias se recomendaba a los clérigos que utilizaran “exempla” en sus sermones para adaptar las fábulas y las características de los animales a la doctrina. Santiago Sebastián López, en su libro Iconografía medieval nos lo describe: “Este conocimiento de los animales de la época románica nada tiene de común con las ciencias naturales, ya que no los describen como son ni como se los puede observar. Se trata de presentar al animal tal como figura en el universo creado por Dios, un mundo encantado bajo el signo de lo sagrado, por lo que representa su aspecto físico y su comportamiento dentro de una significación religiosa y moral. Por otra parte, el mensaje simbólico del animal no es fácil de descifrar, porque en el discurso se interfieren informaciones desde diversos ángulos, no siempre coherentes, resultando que un animal puede significar una cosa y también la contraria; tal es la ambivalencia de su mensaje.”

Capital del cuervo y la zorra. Iglesia de San Martín de Tours.
                                                San Martín de Fromista (Palencia)

          Aún así, los Padres de la Iglesia no tuvieron ningún reparo con aprovechar la idoneidad del momento y conjugar felizmente la sabiduría de la antigüedad pagana con la renovación que significaba el cristianismo. Nuevamente es San Agustín quien, aceptando no sólo esa dualidad de significado benigno-maligno de los animales, acepta así mismo la dualidad sensitiva de la adoración iconológica frente a la anímica intelectual. Opinaba San Agustín que las imágenes debían variar las conductas. Cada imagen generaría entonces su propio discurso, que debería provocar las adecuadas reacciones de quien la interpreta, aceptando como síntesis, según el santo que: “… enseñar es una necesidad, deleitar un encanto y persuadir una victoria.”.


         Esta última frase de San Agustín puede resultar definitiva para resumir todo lo acontecido y relacionado en el románico y la representación animalística, sobre todo escultórica. La animalización de las figuras en el arte románico constituye un recurso que las dota de claras connotaciones morales. No es un arte encaminado al retrato del reino animal, sino de un arte psicológico donde toda forma es reflejo de un significado latente. La relación entre forma y contenido, entre figura y significado sigue procedimientos similares a los de la metáfora o hipérbole, conduciendo hacia un lenguaje plástico que podríamos calificar de expresionista. Realmente, la escultura románica, y en menor medida la pintura, pone de manifiesto la capacidad de la representación animal de referirse a comportamientos humanos bien aceptados, bien condenado por la Iglesia.


Canecillo de la Iglesia de San Juan Bautista
(Moarves de Ojeda, Palencia) con cabeza de
negro a la que se superponen dos grandes
orejas de burro para incidir en la bestialidad
del sujeto y en su falta de inteligencia de
acuerdo con la proverbial necedad y tontería
asociada al burro.


          Pero como cualquier otra sociedad latente, viva y regeneradora de sus miembros, su evolución supuso una revolución sobre todo con la llegada del Cister con San Bernardo de Claraval (1090 – 1153). Este monje cisterciense negaba la idoneidad del hombre carnal frente al espiritual, negaba la forma frente a la idea, en un intento de regenerar la opulenta vida monacal y reconducirla y devolverla a su pobreza antigua. Para ello, una de sus mayores reformas monásticas fue la total eliminación de las figuras de animales y monstruos de claustros e iglesias, con el fin de no distraer al recogimiento interior y el rezo perenne de los monjes. En su Apología a Guillermo bien lo manifiesta: “… ¿Qué hacen aquí en nuestros claustros donde los religiosos se consagran a las lecturas sagradas esos monstruos grotescos, esas extraordinarias bellezas deformes y esas bellas deformidades? ¿Qué significan aquí los monos inmundos, los feroces leones, los extraños centauros que no tienen de hombre más que la mitad? … Aquí un cuadrúpedo porta una cola de reptil, allá un pez presenta un cuerpo de cocodrilo.”.

         De cualquier manera, con representaciones animalísticas y monstruosas o sin ellas, el fuerte componente fantástico del arte románico ha llegado a producir una falsa concepción del mundo medieval, como un mundo dominado por el sin sentido y la sin razón. Un estudio más detallado, y sobre todo más sosegado y contextualizado, permite comprobar que la irrealidad de estas formas no se debe a una mentalidad ingenua de unos hombres que creían en quimeras y monstruos, sino a un lenguaje metafórico que permitía representar en imágenes elementos del mundo trascendente, su mundo, ideas sin cuerpo que sólo existían en el ámbito espiritual. Como hemos expuesto en muchísimas ocasiones, el pensamiento cristiano y la Biblia están conformados por múltiples metáforas de animales, y éstas cristalizan con gran promiscuidad en ese renacimiento de la imagen monumental que es el románico y que, sin duda, se distingue por un intrínseco carácter simbólico y didáctico.

         Bueno chicos, otra vez que os habéis quedado sin conocer o saber qué significan para las personas románicas todos los animales que dejaron representados. Nos enrollamos y nos enrollamos y no aterrizamos nunca en ellos. En la tercera parte de este “Simbolismo Románico” comenzaremos a ver todos los animales, aunque son tantos y de diferente condición y procedencia que mucho me temo habrá una cuarta y una quinta parte. No os desaniméis. Veréis qué chulo va a resultar.

         ¡Hasta pronto!

DON INO Y LA NUEVA NAVIDAD



         Allá por finales del siglo XVI, un colega mío, mejor dicho, un exjefe mío, porque era Papa, Gregorio XIII, a principios del mes de octubre adelantó diez días el calendario para adecuar los días y meses a las estaciones meterológicas, además de mantener en fechas solsticios y equinoccios. Fue lo que se conoció como el Calendario Gregoriano, que puso fin al calendario juliano, el que estableciera en su día Julio César en Roma y en todo su orbe conquistado. Hasta esa fecha de octubre era el calendario que regía en todo el mundo, pero iba teniendo un desfase de muchos minutos cada año, lo que podía provocar que, por ejemplo, la Semana Santa llegara a celebrarse en mitad del verano. De ahí esa adecuación o actualización de dicho calendario por parte de mi exjefe.

         Desde entonces hasta ahora, ha sido el calendario que viene rigiendo en el mundo, salvo para las otras comunidades y religiones monoteístas. No lo debió hacer tan mal mi exjefe, puesto que, de momento, no parece que hay mucho desfase entre estaciones, solsticios y equinoccios, y festividades asociadas a dichos eventos astronómicos. Pero con lo que no contaba mi exjefe en aquella época era con el cambio de mentalidad de la gente a la que cambiaba dichas fechas. Si se trata de mantener las fechas, ahí están las personas para cansarse de ellas y adelantarlas o atrasarlas según conveniencia o según estados de ánimo o estados económicos.

         Cerca está ya la Navidad, con todo lo que ello lleva consigo y aparejado, fiesta invernal cristiana y mundial por excelencia, cuya celebración fue establecida mucho antes del nacimiento de mi exjefe; se habla de las Saturnalias romanas y la festividad del nacimiento del sol como origen real de la Navidad. El calendario por él impulsado trataba, entre otras cosas, que dichas fiestas se mantuvieran en las mismas fechas que hasta entonces se venía celebrando. Pero mira tú por donde, llegan las personas, se cansan de esas fechas y las adelantan, en este caso, hasta cuando ellos consideran oportuno.

         Hoy día no es extraño (más bien todo lo contrario) ver luces, adornos y arbolitos navideños finalizando el mes de octubre y bien entrado el día de los Santos y los difuntos; casi dos meses antes de las fiestas navideñas. Y no digamos ya los productos gastronómicos típicos: turrones, polvorones (aunque no sean de la Estepa), licores de todo tipo de color y sabor. Éstos corren como posesos por centros comerciales, tiendas de barrio, incluidas las famosas “Todo a cien” por llamarlas de alguna manera. Lo bueno de esto es que te aprietas un atracón antes de la Navidad, y durante ella casi te pones a régimen más por cansancio de esos productos que por convencimiento propio y necesidad.

         En el día de los finaos se apagan las “mariquillas” en memoria de los difuntos de cada casa para encender las luces intermitentes de colorines que decorarán los balcones y ventanales de casas y todo tipo de negocios. Papas Noeles colgarán de balcones y terrazas generando la duda de si suben o si bajan para escapar de tan horrible y terrible desmán, sabiendo muy de antemano que en muy poco tiempo se olvidarán de él, lo apartarán y degradarán para dar paso a la escalada de los Reyes Magos, generando de nuevo la misma duda que días antes generara Papá Noel. Todo esto sucederá muchos días después de que, allá por mediados del mes de septiembre, nos hallamos echado al monte con sierra al hombro para cortar vilmente con alevosía y premeditación, al más puro estilo ecológico que nos caracteriza, el primer pino pequeño que se adecue en tamaño al rinconcito que le tenemos reservado en el salón de casa, mientras silbamos alegremente el villancico que este año ha sido la canción del verano. Y todo ello lo hacemos también para aportar nuestro granito de arena a la hora de ambientar nuestros pueblos y ciudades con esos adornos y esas luces que para finales de octubre ya están encendidas, las mismas luces que se han utilizado en las pasadas y cercanas fiestas patronales y que se reaprovechan para ambas celebraciones. Si algún desaprensivo (ego sum) osa criticar dicho despilfarro por parte de la corporación municipal será expuesto a escarnio público con propuesta vecinal de destierro “ad infinitum” con carácter urgente, después de acusarle de coeficiente intelectual rozando el cero absoluto por no entender que las bombillas de esos arcos lumínicos son de bajo consumo, que prácticamente no consumen nada, luego no hay tal gasto eléctrico. El desaprensivo abandonará la población a estilo Calimero con un run-run en su cabeza: algo que está encendido, ¿cómo podrá consumir y generar el mismo gasto que si está apagado? Desaparecido el bicho de mal agüero y el garbanzo negro que quiere cargarse el cocido, la fiesta continua.

         La Navidad ha dejado de ser esa fiesta entrañable, familiar, acogedora,…,  para convertirse en unas fechas puramente mercantiles, comerciales e hipócritas, de felicidad obligatoria e imperativas de paz y amor. Lejos han quedado los días de vacaciones de los niños, las noches familiares de juegos de mesa; incluso lejos han quedado el frío y la nieve, desapareciendo de ese contexto festivo y lumínico a modo de solidarización con el brutal cambio de sentido navideño. Ahora todo se ha convertido en una bacanal comercial y monetaria. Importamos días claves de compras descontroladas, frenéticas, compulsivas. Viajamos a cualquier lugar más por quitarnos de en medio y desaparecer que por placer, como si fueran los últimos días de nuestra existencia. Renegamos de todo aquello que nos pueda recordar a la familia y a todo su entorno, para centrarnos en el yo, mí, me, conmigo. De paso, ninguneamos cualquier otro día festivo, sea religioso o de cualquier otra índole que pueda estar situado entre esas fechas, manifestando y exhaltando de esta forma el total desapego que le tenemos a otra celebración que no se el consumismo, el culto propio y la autocomplacencia. Y lo peor de todo es que va a más.

jueves, 1 de septiembre de 2016

DON INO Y LA SOCIEDAD PROTECTORA DE ...

          
          La comunión entre los hombres y los animales es una comunión grata y placentera que, llevada al extremo, puede convertirse en una obsesión, en cariño (¡cómo no!) e incluso confusión, al tratar de equipararlo a un ser humano. Eso mismo quizás pueda ocurrir en la actualidad, donde todo paroxismo confunde la realidad con la ficción, elevando la consideración de un animal a la altura del ser humano. Los que tenéis animales en casa, en huertos, en el campo, etc., si interpretáis mis palabras dentro del contexto al que van referidas entenderéis lo que quiero decir; si, por el contrario las sacáis fuera de ese contexto y las utilizáis en beneficio propio y como excusa para alzar la voz o incluso el puño para defender a capa y espada al animal frente al ser humano aduciendo que hay animales mejores que algunos hombres (recordad el típico refrán que éstos últimos utilizan en contra del hombre) es obvio que no queréis entender lo que trato de decir o de expresar. De cualquier manera, la simbiosis hombre-animal, además de grata y placentera, es una simbiosis muy duradera, tanto que desde tiempos ancestrales la convivencia del hombre con el animal es una convivencia inherente a la propia vida de ambos. Hombre y animal van unidos a lo largo de toda la existencia del ser humano, lo que ha provocado que el hombre halla “seleccionado” a un tipo de animal para unas determinadas funciones y a otros para otras funciones. Ha domesticado a unos y ha cazado a otros; de muchos se ha alimentado y a otros ha eliminado, todo ello en función de lo que le convenía al hombre para su propia subsistencia.

         Pero el  hombre, el ser humano, también tiene su espiritualidad, siempre ha creído en algo, y ha utilizado ciertos “iconos” para abrirse a ella y expresarla, bien de forma individual o bien de forma colectiva. Los animales han sido, desde tiempos ancestrales, uno de esos iconos. El ganado bovino ha sido considerado desde tiempos inmemoriales signo de riqueza y de posición social, identificándolo con deidades; incluso el toro o el buey aparecen en multitud de leyendas de apariciones de vírgenes negras que fueron encontradas mientras estos animales trabajaban en el campo. La serpiente no ha tenido siempre el signo negativo que tiene en la actualidad. Debemos recordar que está presente en el símbolo de la farmacia (pharmakos, fórmula mágica de destierro; hombre de la antigua Grecia elegido para depurar las culpas de los demás) luego no tendría que ser tan mala o algún signo positivo tendría cuando fue utilizada por este gremio de personas curanderas o sanaderas.




         Sin que sirva de precedente ni crear o ejercer de proselitista por ser quién es quién os habla, debo recordar que la mayoría de las antiguas iglesias están repletas de esculturas de animales, tanto reales como fantásticos. Ambos tipos de animales, o seres animales, están ahí representados porque tratar de expresar o significar alguna cualidad positiva o negativa del ser humano. Osos, perros, conejos, aves, serpientes, toros, leones, monos, ciervos, águilas, sirenas, dragones, centauros, grifos, basiliscos, arpías. Todos ellos tratan de expresar defectos y virtudes del ser humano, y están expuestos en los templos e iglesias para la enseñanza del hombre que asiste a oficios religiosos en las mismas, ya que era el único modo que tenían de aprender y asimilar esas virtudes y esos defectos, comparándolos con ciertos animales, fruto de una convivencia lejana en el tiempo y una observancia constante y permanente.

         Pero los animales no eran utilizados solamente para enseñanza de virtudes y defectos. También eran utilizados como chivos expiatorios, animales que cargaban con las culpas de toda una comunidad y, con su muerte o sacrificio, la purificaban y la libraban de todos sus pecados y culpas. No se trataba de una crueldad, sino que era un asunto puramente mágico-religioso: el sacrificio de un animal para que se llevase con su muerte todas las negatividades de la comunidad. Dado que demonios y espíritus malignos eran invisibles e impalpables se decidió reencarnarlos en algo concreto para poder manipularlos a gusto del hombre. Para ello utilizaron toros, terneros, corderos, cabritos, etc. Además, estos sacrificios y limpiezas generales de demonios o espíritus malignos se realizaban en fechas fijas, una vez al año, para que la gente pudiera gozar de una nueva vida libre de toda influencia maligna habidas durante todo el periodo anterior.

         ¿Y si en lugar de utilizar como chivo expiatorio un animal utilizamos a un ser humano, a un hombre? Ya hemos hablado del pharmakos de la antigua Grecia, pero quizás el chivo expiatorio más conocido por todos que utiliza a un hombre en vez de un animal es Jesucristo (sigo sin tratar de ser proselitista; tan sólo son ejemplos, que en este caso me tocan a mí de lleno), que es llamado o interpelado como “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”. Todos ellos, tanto animales como hombres, cuando son utilizados como chivos expiatorios son vejados, insultados, golpeados, vituperados antes de ser ejecutados. Siguiendo con el ejemplo de Jesucristo, el evangelista San Mateo, en su evangelio, ya lo decía cuando auguraba: “… y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán.” (Mt 15, 17-20). Eso sucede hoy día en las fechas de la Pascua, que, como todos sabemos, coincide con el primer domingo que hay luna llena después del equinoccio de primavera (21 de marzo). Y esta fecha no está escogida al azar, sino que el inicio de la primavera coincide con el final del invierno, fecha en la que el ciclo agrario estaba prácticamente muerto, y el sol era cuando comenzaba a aumentar los días de luz; es decir, se terminaba una  etapa aciaga para el ser humano (invierno, frío y poco sol) para comenzar otra nueva (primavera, resurrección de la luz y la naturaleza). Era como dejar atrás un año viejo y comenzar un año nuevo (no debemos olvidar que en la antigüedad, el año nuevo no comenzaba como hoy día el 1 de enero, sino que lo hacía el 1 de marzo). Ahí era donde actuaba el chivo expiatorio: dejaba atrás todo lo malo y pernicioso de esa comunidad y comenzaba una nueva vida llena de buenas intenciones y mejores augurios.

         Romajeros de Nuñomoral, de las Hurdes, Carantorias de Achuches, Carochos de Sarracín de Aliste, Negritos se Montehermoso, Diablucos de Helechosa de los Montes, Jarramplas del Piornal, Cofrades del Corpus de Peñalsordo, Diablos de Almonacid del Marquesado, Virtudes y Pecados del Corpus de Camuñas y, apurando un poco más, … penitentes se Semana Santa tocados con cucuruchos, los nazarenos. Algunos os estaréis preguntando que qué tienen que ver todos estos grupos o personajes con el tema que estamos tratando. La respuesta es muy sencilla: son botargas, personas, individuales o grupos, que forman chivos expiatorios para eliminar negatividades de un tiempo pasado de una comunidad y comenzar a construir un nuevo futuro libre de pecados y prejuicios. Fin de un viejo periodo y comienzo de uno nuevo, periodos que siempre coincidían con un mismo tiempo: fin del invierno, comienzo de la primavera, que realmente era el comienzo de un nuevo ciclo agrario, fundamental para la subsistencia del ser humano.

 

         Todos esos grupos o individualidades nombrados anteriormente han perdurado hasta nuestros días, convirtiéndose en la mayoría de los casos en fiestas de interés turístico … no sé qué,  tan prolijas hoy día propias del aburrimiento del ser humano y su constante búsqueda de nuevas atracciones que le hagan soportar su aburrida y plana vida actual. Además, todas ellas tienen en común que no utilizan animales como chivos expiatorios, sino que es el propio ser humano el que, disfrazado, aleja o elimina esas negatividades y atrae a otras nuevas más positivas y fecundas.

         Sin embargo, de todas las fiestas de este tipo que en España, o incluso en el mundo,  han llegado hasta nuestros días hay otras que sí utilizan a los animales como chivos expiatorios y sí que son vejados, insultados y, posteriormente, matados o eliminados, y, como las nombradas anteriormente, también son realizadas en fechas fijas según la comunidad o territorio y con los mismos fines y fundamentos. Toro de la Vega, encierros de Brihuega, descabezamiento de gansos colgados por las patas, lanzamiento de una cabra desde el campanario de una iglesia, toros tirados o empujados al mar, correbous o toros embolados. Todos ellos tienen en común que son realizadas en fechas fijas en el calendario coincidiendo con ese ciclo de fin de invierno y comienzo de la primavera y el verano, con la Pascua o bien coincidiendo con fiestas patronales en conmemoración de determinado santo o santa, siendo conscientes que hay multitud de fiestas y onomásticas de santos que en la actualidad se celebran en fechas diferentes a las originales o que bien han sido sincretizadas por la Iglesia Católica y cambiadas de advocación y fecha, aunque la comunidad que las celebra haya mantenido esas tradiciones ancestrales de chivos expiatorios.

         Pero lo que de verdad hoy día tienen todas ellas en común (las que utilizan animales como chivos expiatorios) es la unión de una determinada minoría para tratar de eliminarlas y abolirlas aduciendo el sufrimiento del animal y creando una determinada Sociedad Protectora de … para defender tal eliminación, sin ni tan siquiera pararse a pensar lo que de verdad representa para esa sociedad o para esa comunidad que las celebra año tras año.

         Es cierto que las sociedades van cambiando, pero también es cierto que las personas o los seres humanos que forma parte de esas sociedades también son más proclives a cambiar lo que no les gusta por el mero hecho de hacer algo, de querer hacer algo porque realmente no tienen nada que hacer, y con ese trabajo tienen la excusa perfecta para perder el tiempo y asegurar, muy dignos ellos, que no cuentan con un momento libre para leer, jugar con sus hijos o, simplemente, enterarse de  los programas políticos de los partidos antes de votar. Son fanáticos de todo tipo que van dando bandazos de cualquier signo para conmover a gente del montón y que ésta sienta lástima por la frágil condición humana que tan fácilmente se deja inflamar por el tonto o el  interesado de turno. Para este tipo de gente cualquier causa puede degenerar en religión (su religión) y, por tanto, exigir su hoguera de infieles, que en ese caso no es otra que las asociaciones o personas que fomentan o realizan todas esas fiestas de periodos con chivos expiatorios. No podemos ni debemos perder de vista todo lo acontecido últimamente con la muerte de un torero en una plaza de toros, donde tanto el torero muerto como su viuda han sido insultados, vejados y ofendidos en las redes sociales después de su muerte. Sé que no es lo mismo, que no estamos hablando de una fiesta del tipo que estamos comentando, pero pone de manifiesto, expresa de maravilla y define perfectamente esa hoguera de infieles, además de aclararnos, y sin miedo ni posibilidad de equivocación, cómo se llaman esta tipo de personas, quienes son, cómo son y lo que son: gentuza que mancilla el dolor de una viuda cuyo esposo no compartía los mismos sentimientos.

         Estos animalistas inquisidores no tienen el menor remordimiento en rodearse de tontos bobalicones para convencerlos y tratar de conseguir sus ocultos fines que no son otros que la abolición de todas estas fiestas ancestrales. No dudan un solo instante en protestar donde les venga en gana, sin reparos ni respeto hacia las personas que anualmente celebran este tipo de fiestas. Prefieren perder el tiempo persiguiendo herejes contrarios a sus ideas que disfrutando de lo que tienen, y no dudan en crear una Sociedad Protectora de … para convencer tontacos y abolir dichas fiestas. Pero a las personas que están a favor de dichas fiestas, o al menos no son contrarias, ¿quién las protege de estos pseudoinquisidores de pacotilla? ¿Tan honrados y tan pulcra y limpia tienen su conciencia como para tratar de convencer que hay personas que por el mero hecho de no pensar como ellos son mala gente y obligarles a pensar como ellos? ¿Es su verdad la verdad suprema? ¿Toda la sociedad está limpia salvo los “desalmados” que celebran fiestas utilizando animales en ellas? ¿Qué saben ellos de cultura ancestral, de fiestas paganas, de sincretismos, de calendarios agrícolas? Realmente, ¿qué saben? Ahí está el daño: en su incultura.

         La incultura, el aburrimiento,  la ociosidad, el tener que hacer algo por hacer, el hablar por tener que decir algo (que no es lo mismo que tener algo que decir), la irresponsabilidad en sus obligaciones laborales, familiares y sociales. Todo ellos contribuye a crear su propia Sociedad Protectora de …, protestar, humillar y ofender a quienes no piensan como ellos, y ponerse una venda negra en los ojos y ocultar y trivializar a la verdadera gentuza que pulula y campa a sus anchas en nuestra sociedad actual. Personas convictas o investigadas por corrupción dirigiendo instituciones o administraciones, entrando y saliendo de la cárcel como si fuera su casa; estafadores y defraudadores sacando y ocultando dinero aplaudidos por infinidad de personas envidiosos de no poder ellos hacer los mismo; alta valoración de la mala educación de políticos y esperpentos televisivos y denostación de la buena educación, tratada como un signo de debilidad; admiración de la vulgaridad; jactancia de la mayoría de las personas de no tener el más mínimo interés en las ciencias ni en las humanidades, además de declarar alto y fuerte donde haga falta que no lee ni un solo libro (el Marca como mucho y sólo los “santos”); tener a la picaresca, el esperpento y la  diversión excesiva como nuestros mayores genes identificativos. Todo esto es lo que realmente los protectores de animales ocultan con sus actos cochambrosos. Protegen animales, tratan de abolir fiestas, y sin embargo hacen la vista gorda y oídos sordos a todo lo que de verdad está degradando, humillando y vejando a toda una sociedad que quiere seguir celebrando una fiesta que sus antepasados crearon a modo de acción de gracias. Estos déspotas no conocen sus miserias. Actúan con poder autoritario tratando de hacer la vida imposible a los porqués. Utilizan un lenguaje rayando la cursilería para defender lo suyo, pero otro lenguaje rayando lo delictivo para referirse a los impuros, a los herejes, a sus herejes.


         Y ahora nuevamente la misma  pregunta: ¿quién protege a la sociedad y a su pacífica población de estos personajillos dañinos, malignos y perniciosos? ¿Hay que crear una Sociedad Protectora de la Buena Persona para defenderse de esta lacra social? ¿Ser Buena Persona es una bajeza social? ¿Defender cada uno sus propias ideas y sus propios hechos han pasado a ser considerado como un hereje social? ¿El querer asistir y celebrar determinados acontecimientos sociales, culturales o festivos es una bajeza humana castigada con los peores castigos del infierno? ¿Las Buenas Personas deben estar protegidas por estar en peligro de extinción? ¿La personalidad y el ser uno mismo está en peligro de extinción? El contestar a todas estas preguntas muestra donde está realmente y actualmente nuestra sociedad.

         Mi colega fémina Madre Teresa de Calcuta ya lo dijo en su día: “Si miro a la masa, no actuaré; si miro al  individuo, entonces sí.”


sábado, 13 de agosto de 2016

SIMBOLISMO ROMÁNICO (I)



          ¡Qué pena! ¡Cómo han crecido! Desde las primeras charlas románicas hasta ahora, ¡cómo se nota el cambio! Antes jugaban aquí en la plaza o en el paseo y tenía que ir a buscarlos y arrejuntarlos para los tostones románicos. Ahora no. Ahora se quedan sentados en un bando en la plaza, tranquilamente, hablando de sus cosas y construyendo castillos en el aire a la espera de su derrumbe posterior, cuando el tiempo y la vida soterren los cimientos de su ilusoria construcción y comiencen a edificar una morada en una pequeña parcela terrenal en la que poder vivir y esperar a lo que la vida les vaya pidiendo, casi siempre algo muy alejado de sus propias ideas y diametralmente opuesto a su visión idílica de futuro. Es lo que podríamos llamar un palo tras otro sin saber cómo te han venido, y generando una de las mayores preguntas dubitativas de la vida de una persona: ¿de verdad me merezco esto que me está sucediendo, esto que me está pasando? Nada ni nadie les responderán, y a medida que pasa el tiempo esa pregunta se hará cada vez más persistente, se hará cada vez más grande e incluso tan insoportable como para querer acelerar la marcha hacia arriba o hacia abajo, pero marchar, abandonar, terminar. Tanto esfuerzo para esto, pensarán. Algo de razón tendrán, pero ¿qué podrán hacer sino malgastar su vida aguantando palos? Más palos, más grande la duda; más grande la duda, más palos. Y así hasta el final.

         En fin, vamos a arrearlos para adentro que no saben la que les va a caer esta vez. Como son ya mayorcetes, los temas románicos a tratar serán cada vez más serios y trascendentales, más profundos, acordes, se supone, con su edad y su madurez.

         ¡Fiuuuuuuiiii! Así me gusta, como pastor de almas inmaduras y en blanco en vías de formación. ¡’Amos pa’dentro’ que hoy hay charla románica! ¡Míralos! ¡Qué ‘corrías’ dan pa llegar! ¡Vamos hooooombreeeeee! ¡Seja alaaaannnnnteeeee!

        Bueno chiquetes, hoy vamos a comenzar de una manera totalmente diferente a como lo hemos hecho hasta ahora. Hoy vamos a comenzar santiguándonos. Sí, sí, santiguándonos. ¡Todos! En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén. Bien, ¿qué es lo que hemos hecho? Hemos realizado el signo de la cruz, el signo que identifica a todo cristiano que se precie. La cruz es el símbolo por antonomasia de la religión católica, ya que fue el instrumento de suplicio de Jesús, donde consumó su muerte para posteriormente resucitar, y donde salvó al mundo y a la humanidad. Cada vez que una persona ve una cruz, automáticamente la identifica con la religión católica. Ese proceso automático mental se debe a que la cruz es un objeto material que por convención representa la muerte de Jesús en la cruz y su posterior resurrección. Es un objeto previamente convenido para representar otra cosa o sustituir a algo. Es lo que se llama un signo.

Cruz románica siglos XII-XIII

         Como todos sabéis, o deberíais saber por la cantidad de veces que lo hemos dicho en estas charlas románico-soporíferas, en la época del Arte Románico, la inmensa mayoría de la población, salvo los que pertenecían al clero y algunos nobles y reyes, no sabía leer ni escribir, eran totalmente analfabetos, y la Iglesia Católica, con el clero a la cabeza, utilizaron los templos, ermitas o iglesias para ilustrar y enseñar a toda esa gente analfabeta. ¿Cómo lo hicieron? Pues con signos y símbolos que esculpían o pintaban en dichos templos o iglesias. De esa forma unos trataban de enseñar y los otros de aprender. Pero como no se hacía de una manera material, sino sugerente o etérea, los resultados no siempre eran los deseados, ni en esa época ni en épocas venideras, ya que la utilización de símbolos y signos acarreaba ciertos problemas de comprensión y aceptación. Veamos.

         Aunque la escritura ya había nacido en épocas anteriores a la época del Románico, en la antigüedad, ésta no era de fácil acceso y aprendizaje, sobre todo para esa masa de gente “laboratores”. Sin embargo, el hombre tenía y sentía la necesidad de expresarse a sí mismo, de expresar su cultura, sus sentimientos, sus valores y, por qué no decirlo, sus pecados y sus virtudes. Es ahí donde nace la necesidad del símbolo.

         Podríamos dar una simple definición de lo que es un símbolo diciendo que es un signo o una figura que, de acuerdo con la intención del autor que lo creó, evoca una idea o una realidad espiritual. Apreciamos en esta primera definición del símbolo que en ella aparece o se utiliza la palabra signo, de lo que se puede inferir que símbolo y signo no son lo mismo. El signo es una mera convención que expresa exclusivamente un significado previamente convenido, mientras que el símbolo hace percibir a quién lo contempla todos los aspectos de una realidad, ya sea visible o velada, manifestada u oculta. Un símbolo trata de llegar allí donde no llega la palabra y expresa realidades esenciales de nuestra vida. Por su carácter subjetivo más que objetivo o material, su significado ha de ser descubierto por cada persona según su alcance espiritual y sus parámetros culturales, pudiendo llegar a evocar a personas diferentes mensajes muy distintos. Por ello, un símbolo nunca significa o expresa, sino más bien, sugiere o índuce un conocimiento subyacente a la realidad visible.

         Como sustituto, en parte, de la escritura, el símbolo siempre ha estado ahí, aunque nunca se ha narrado ni expresado de la misma forma y manera. Debemos tener en cuenta el carácter histórico y contextual desde la concepción del símbolo en las primeras culturas de las diversas civilizaciones, sorprendiéndonos al descubrir que el símbolo narra temas similares en todas las culturas. Sin embargo, esa aparente universalidad de los símbolos no siempre es cierta, ya que debemos atender a otros condicionantes históricos y contextuales como os he dicho antes.

Rosetón de San Juan de Puerta Nueva (Zamora)

         Los símbolos no son universales. Aunque un símbolo tenga la misma forma que otro, por ejemplo, una espiral, una cruz, un laberinto, etc., su significado dependerá de la cultura en la que se enmarca. Si queremos hacer historia, de cualquier cosa, para descifrar cada símbolo hay que situarlo en su contexto espacio-temporal, y manejar las mismas fuentes de información que había en la época. También influye, como no, el vehículo de expresión de esas ideas o esos símbolos, la lengua en la que se crean, etc., lo que condiciona, y mucho, el posible significado e interpretación del símbolo. Y creo y considero que es aquí, en esta parte y estos motivos, lo que hacen que en la actualidad, el hombre moderno no sea capaz de interpretar correctamente un símbolo creado muchos cientos de años antes, y que cuando trata de hacerlo, lo único que consigue es enrevesarlo todo más, confundirlo y confundirnos cuando trata de explicárnoslo.

         Debemos tener en cuenta, como os he dicho muchísimas veces, que toda percepción del pasado constituye un ejercicio individual de recuperación de una herencia cuyos códigos sólo resultan inteligibles en un determinado marco social. Cada vez que ese marco social se modifica, aquella percepción se ve igualmente alterada. A nuestras mentes modernas o de hombre moderno les cuesta aceptar su verdadera dimensión, y siempre estamos tentados de mirar con incredulidad y a considerar todo esto como creencias del pasado sin ningún valor aparente ni coherencia lógica. Precisamente cuando se trata de racionalizar un símbolo auténtico se está procediendo a su corrupción y destrucción. En la actualidad tendemos a interpretar de manera equivocada muchas de las antiguas tradiciones, leyendas y símbolos porque pensamos que se refieren a un mundo como el nuestro. Pero lo cierto es que el ser humano anterior poseía una clarividencia y sabiduría que le permitían percibir muchas cosas que para nosotros ya no es posible percibir.

         Acerca de esta problemática moderna o postantigua ya nos avisaba Mircea Elíade cuando apuntaba: “La desacralización ininterrumpida del hombre moderno ha alterado el contenido de su vida espiritual, pero no ha roto las matrices de su imaginación: un inmenso residuo mitológico perdura en zonas mal controladas.” Por lo tanto, el hombre moderno actual es consciente (a veces inconsciente) que tiene que creer en algo, que necesita creer en algo, y utiliza y usa los símbolos creados por culturas anteriores en su propio beneficio, los asimila y los adapta a su cultura con su propia significación, que en la inmensa mayoría de los casos, nada tiene que ver con lo que ese símbolo quiso representar cuando fue creado. Es decir, cada uno ve en el símbolo lo que quiere ver, según su propia percepción, su cultura, su socialización y su vida interior y espiritual.

Laberinto circular en el interior de la catedral de Chartres (Francia)

         Hoy sí, ¿eh?, hoy sí. Hoy me estoy superando. El rollazo románico de hoy me encumbra como el curita más “pesao” de “tos” lo que hay. No hay quien me eche la pata. Se os nota en vuestras caras. Pero, chicos, este tema románico que estamos abordando en una nueva aventura románica es quizás el más personal de todos, ya que nos debe ayudar, no ya a interpretar símbolos y simbología, sino a ser conscientes de que no podemos estudiar el pasado con los ojos del presente. Si el pasado queremos devaluarlo por las razones que sean, no debemos excusarnos y basarnos en la utilización de estos símbolos como meras tonterías esculpidas en la piedra o pintadas en las paredes. Debemos aceptar que para las personas que los crearon, tanto en la piedra como en las paredes, tenían su significado y una significación, además de ser un vehículo de expresión de sus ideas, de su mundo interior y espiritual, de sus vivencias como personas, de la plasmación de un mundo que en poco o nada se parece o se parecía al nuestro. La no aceptación de todo lo anterior supone un rechazo frontal a toda su vida y toda su cultura, con todo lo que ello conlleva. De ahí el hacer tanto hincapié en el pensamiento actual del hombre moderno y su visión particular del pasado.

         Pero aún con esas diferencias temporales, racionales e interpretativas del pasado, cuando el hombre moderno visita una iglesia, templo o claustro románico y admira todo lo que allí se encuentra esculpido o pintado (las menos veces) no es indiferente a su belleza, como tampoco lo es a un posible significado que pudiera conllevar esa escultura o esa pintura. Si queda prendado de esa belleza y visita más edificaciones románicas, religiosas en su inmensa mayoría, y se encuentra una y otra vez con los mismos motivos y con los mismos símbolos, entonces es cuando comienza a preguntarse por su significado, pero esta vez con una convicción más firme que la primera vez que los encontró. Es entonces cuando comienza a descubrir que eso mismo que se está preguntando acerca de lo admirado, otros antes también se lo preguntaron con anterioridad, y, además, lo intentaron responder.

         A veces, la respuesta es muy fácil, ya que estamos en posesión de ciertas “claves” para descubrir ese significado. Por ejemplo, vemos un capitel con la Natividad, la Adoración de los Reyes Magos, la Huída a Egipto, etc., y enseguida adivinamos qué es lo que quiere representar, qué es lo que nos quiere decir, qué es lo que nos quiere enseñar; en definitiva, qué es lo que significa y el por qué está ahí. En el momento que carezcamos de esas claves, todo se complica más. Así, comenzamos a insinuar posibles interpretaciones en las que nuevamente aparece nuestro pensamiento de hombre moderno, pero esta vez (y la experiencia es la que nos va guiando) las interpretaciones posibles que elucubramos comienzan a perder la categoría de incuestionables, y comienza a asomar la cabecita una duda que será nuestra brújula en sucesivas interpretaciones. Eso sí: debemos intentar alejarnos lo antes posible del puro reduccionismo, es decir, intentar hacer pasar por un esquema preconcebido la totalidad del significado simbólico de lo que vemos, ya que cualquier símbolo puede tener dualidad de significado, incluso completamente opuestos, aunque también es cierto que la expresión plástica que representa al símbolo es a veces tan clara que no da lugar a ningún tipo de arbitrariedad acera de su significado.

Adoración de los Reyes Magos. Santa María de Piasca.
Cabezón de Liébana (Cantabria)

         Como venimos diciendo, la expresión plástica, lo que podríamos denominar significante, y su significado sigue siendo una tarea oscura y difícil de apreciar. La mayoría de las veces debe estar en posesión de esa clave para conocer el significado, pero si careces de ella, ¿cómo sabes que el significado que te han dicho o el que tú mismo elucubras es el correcto? ¿Cómo sabes que esa interpretación es correcta o es una mera suposición? Y aún más lejos todavía: ¿cómo pueden los especialistas de este tipo de disciplina antigua estar seguros de sus significados o de los motivos de los autores que esculpieron esos símbolos hace novecientos o mil años? ¿De quién o de qué debemos fiarnos? La respuesta a esta última pregunta o la duda que genera no son fáciles de encontrar ni de resolver, aunque, como profanos que somos en la materia, debemos fiarnos y confiar en los especialistas, ya que éstos tratan de documentarse exhaustivamente en las fuentes originales medievales, en los textos, buscando usos comunes de ciertas imágenes que se repiten en el tiempo y que hunden su historia en épocas clásicas precristianas. Estos especialistas tienen claro que se deben estudiar estos símbolos en sus fuentes, y en sus textos, pues existe el peligro de deformar con la mejor buena fe su verdadera significación. Volvemos nuevamente a lo que tantas y tantas veces hemos dicho y repetido a lo largo de todo este tiempo románico: para su mejor estudio y mejor comprensión, debemos entender e inmiscuirnos en su cultura, en su tiempo, en su forma de pensar, en su forma de vivir, en su forma de sentir. Sólo de esa manera tendremos más posibilidades de comprender su mensaje y su significado. Con el pensamiento del hombre moderno estaríamos corrompiendo todo lo que ellos trataban de expresar y transmitir. El hombre actual está lejos del lenguaje simbólico, un lenguaje espiritual que le hace cara a la primacía actual de las apariencias, de lo inmediato, de lo abstracto, del racionalismo, de lo convencional.

         Apreciando el realismo de las imágenes que el mundo románico nos ha dejado nos permite vislumbrar al espectador y hombre actual la imagen que se hacían los hombres medievales de los objetos que los rodeaban, de los animales, de los bosques, de las montañas, e incluso de los acontecimientos naturales. Son imágenes de una gran variedad de interpretaciones. Nada se limitaba única y exclusivamente a la existencia física. El mundo figurativo de ese hombre románico está lleno de simbolismo, apunta siempre tanto a lo bueno como a lo malo. Todo está estrechamente unido mediante un entrelazado de semejanzas y pertenencias, y debajo de la apariencia, dormita todo lo demás. El hombre medieval continuamente crea relaciones que unen la apariencia externa del mundo sobrenatural y una verdad suprema. Aparecen continuamente los miedos que las personas de aquella época sufrían en vista de los castigos que, según su fe cristiana, les esperaban por haber llevado una vida pecaminosa en la tierra. Dentro de esas imágenes de castigos se esconden las esperanzas de pertenecer a un reducido grupo de elegidos.

Castigos. Portico de la Majestad. Toro (Zamora)

         Pero el hombre románico y la edad media no inventan sus símbolos, sino que bebe de fuentes anteriores y las adapta a su momento, momento en el que todo se integra alrededor de una visión totalizadora con centro en Dios. La cultura románica era una cultura de consensos establecidos y adquiridos a través del tiempo con múltiples préstamos de otras civilizaciones anteriores de las que recoge las más antiguas tradiciones. Su lenguaje se forma sobre herencias anteriores a las que otorga nueva vida. Reinterpreta y readapta todo aquello que le sirve para sus fines, incluso motivos cuyo significado y función no conoce. Por todo ello, el románico es un arte de síntesis y su simbología un intento de superación. De ahí todo lo que comentábamos anteriormente sobre la dificultad de interpretación de esta simbología románica por parte no ya del espectador u hombre moderno, sino de los propios especialistas e historiadores que deben estudiar de forma científica todas estas huellas románicas que su hombre nos dejó como una herencia llena de fortuna.

         El Arte Románico, como venimos afirmando y reiterando continuamente, es un arte ante todo sagrado, heredero de primitivas tradiciones cristianas de raíces judaicas. Por ello, las fuentes en las que se basará para componer su simbología serán el Antiguo y Nuevo Testamento, además de sucesos contemporáneos, escenas de la vida cotidiana y la propia realidad que le rodea, sin dejar de mirar nunca de reojo a Oriente, pues no en vano fue la cuna de buena parte de sus símbolos. Pero como arte cristiano que es, utilizará y usará también los primeros símbolos cristianos que éstos utilizaron en sus comienzos.

         Con la persecución de Nerón en el año 64 a.C., los paganos desconfiaban de los cristianos, al considerar esta nueva religión como una superstición extraña e ilegal. Por ello, los cristianos comenzaron a valerse de símbolos que pintaban en los muros de las catacumbas y, con mayor frecuencia, grabados en las lápidas de mármol que cerraban sus tumbas. Serán el ancla, el pez y la paloma los primeros símbolos cristianos utilizados. El ancla era el símbolo de la esperanza y la vida eterna. El pez era el símbolo de Cristo (luego veremos por qué) y el nuevo bautizado. La paloma denotaba la armonía, la pureza y el deseo de paz en la vida presente o la futura de un difunto. Como podemos apreciar, estos primeros símbolos expresaban realmente su fe.

Pez. Ancla. Catacumbas

         Pero a medida que el románico fue imponiéndose como arte sagrado y asimilando simbología y tradiciones más antiguas, su representación y significado, en muchas ocasiones, distaba mucho de su verdadera referencia o nacimiento. Los artistas introducían sus licencias para facilitar la interpretación buscada de lo representado, acción ésta que en la actualidad está provocando una controversia acerca del alcance del mensaje del Arte Románico.

         Por un lado están los que consideran que la simbología de este arte es una simbología religiosa que se convierte en una lengua particular para expresar la lengua sagrada y trascendentalizadora de la que hace gala el románico. Para ellos, las formas y figuraciones que muestra el románico ni son caprichosas ni gratuitas, ya que como arte sagrado, no puede permitir a sus constructores frivolidades de tipo profano, ya que ello desvirtuaría totalmente la función primordial de dicho arte.

         Sin embargo, por otro lado, están los que niegan que haya que buscar en toda figuración románica mensajes simbólicos, sino que la mayoría de las veces son manifestaciones meramente decorativas, sobre todo si nos atenemos a elementos vegetales y animales, independientemente de que en algún momento determinado, alguna mente culta de la época pudiera dar una interpretación puntual a cualquiera de estos temas, aunque lo normal era que no hubiera nada dispuesto en su representación salvo la simple intención de la decoración. Para apoyar sus argumentos se basan en textos de San Bernardo de Claraval, entre otros, que siendo grandes eruditos de la época y contemporáneos de este arte, omiten o desprecian la figuración pictórica y cualquier otra iconografía no relacionada con la Biblia. Si estos eminentes hombres cultos no valoraban el carácter simbólico de ciertas manifestaciones del románico, es lógico pensar que con más razón los creadores de la obra y los hombres corrientes, a quienes iba dirigida la obra, desatenderían tales fines.

Capitel de San Andrés de Arroyo (Palencia)

         Se puede pensar que el Arte Románico es un arte básicamente simbólico ligado a una época de intensas vibraciones espirituales, sobre todo en el Arte Románico clásico o pleno, de grandes monasterios y coincidente con las rutas de peregrinación, en el que se construyó con arreglo a una intención de manifestación espiritual de elevado signo. Otra cosa es que la pluralidad geográfica y temporal del románico generase copia de elementos originalmente con valor simbólico, y que al caer en manos menos cultas se usara de manera repetitiva y más decorativa que otra cosa. A esto habría que añadir que buena parte de los remotos símbolos utilizados en el Arte Románico llegaban al escultor descontextualizados, ya que suponían para él un repertorio formal ajeno a cualquier texto. En múltiples ocasiones copiaban meras fantasías ornamentales, cuando no malinterpretaban los motivos, revelando un desconocimiento de las leyes de la zoología y la historia de acuerdo con sus conveniencias. Los temas que esculpían se hallaban sometidos a la triple tiranía de la arquitectura, la decoración y la simetría. Ante ellas no existía un sometimiento total, sino una chocante libertad ahondada por razones confusas de su empleo. Por ello, resuelta extremadamente complejo discernir cuándo poseen un significado real y cuándo son simples ornamentaciones. Si a esto le añadimos que en diferentes regiones se vive de diferente forma la realidad de una misma época, el conflicto está más que servido. En este sentido es apasionante, más que decepcionante, percibir este proceso de evolución y decaimiento del simbolismo románico al pasar de unos maestros a otros. Un claro ejemplo lo tenemos en el crismón de la portada de la Virgen de la Peña, en Sepúlveda (Segovia), donde el autor talló ingenuamente este símbolo sin conocer su significado preciso, pues en lugar de la letra griega omega (Ω) talló un extraño símbolo indescifrable, además de invertir la S del Espíritu Santo. Todo ello nos obliga a ser muy cautelosos en la identificación de los símbolos y en la formalización de los programas iconográficos. Conocer los símbolos en el Arte Románico es una tarea muy ardua que lleva implícita la tarea de conocer pensamientos, creencias, vivencias, penas y alegrías de la civilización que los realizó.

Crismón Virgen de la Peña. Sepúlveda (Segovia)

         El gran metafísico René Guénon decía que “… los símbolos o deben ser explicados sino comprendidos, ya que, pese a lo expresado, ello no nos debe derivar a que todos los elementos en el Arte Románico sean simbólicos, y por tanto, haya que afanarse en su desciframiento. De ahí que sea un grave error reduccionista sistematizar los símbolos y querer buscar claves interpretativas a los que, en portadas, capiteles y canecillos, ofrece el Arte Románico, intentando hacer pasar por un esquema preconcebido la totalidad de su significado simbólico”. El valor de las formas estará en función de quién las contemple y subordinadas a su capacidad de interpretación, ya que nos hallamos ante un arte conceptual que puede suscitar diversas lecturas. De ahí su riqueza y modernidad.

         Por todo ello, y a tenor de todo lo que se ha argumentado hasta aquí, podemos apreciar que la simbología en general y la románica en particular pertenece más a la subjetividad del ser humano que a su objetividad. No se puede expresar con carácter inequívoco que una determinada imagen “significa” o “quiere representar” algo concreto. Además, algunos símbolos estás más repetidos que otros, no porque en todos los lugares en donde aparecen quieran expresar lo mismo, sino simplemente porque cuajaron especialmente en esa sociedad medieval que los esculpió o pintó, ya sea por motivos estéticos, de gusto u otros motivos, ahora sí, más profundos. Lo único que realmente los unifica es la temática que todos ellos utilizan, toda ella extraída del Antiguo o Nuevo Testamento o de las hagiografías (vida de los santos y de los mártires) más importantes y significativas. Como llevamos repitiendo una y otra vez, la simbología románica es una verdadera catequesis pétrea que expresa alegorías de pecados, vicios y virtudes.

         La complejidad del símbolo impide la creación o el establecimiento de un “código” uniforme que posibilite un básico y elemental instrumento desde el cual partir en nuestro intercambio dialéctico, pero sí puede ser un buen punto de partida para comenzar un acercamiento hacia el Arte Románico y su rica y variada simbología, intentando de desvelar, interiormente, qué es lo que a nosotros no está tratando de decir, qué nos quiere representar, qué pretende aflorar de aquello que tenemos tan oculto. Si los primeros cristianos ya los utilizaban para comunicarse entre ellos y expresar sentimientos, vicios y virtudes, ¿por qué nosotros no podemos hacerlo igual? Los símbolos están ahí, sólo hace falta ir a mirarlos y descubrir el mensaje que me tienen o nos tienen preparado. Es un mensaje único, personal e intransferible, que no tiene que ser el mismo para cada persona que lo contempla, pero un mensaje al fin y al cabo que sale y llega al corazón de cada persona.

         El Arte Románico es un arte que nos tiene preparados infinidad de sorpresas. Nosotros somos los destinatarios de ellas, los elegidos para disfrutarlas. No podemos dejar pasar esos momentos que nos tiene reservados. Además, creo que os lo merecéis o nos los merecemos (sííííííí, unos más que otros, pero todos, al fin y al cabo).

         ¡Hasta pronto!