viernes, 31 de agosto de 2012

LA ESPAÑA ROMANICA (I)

¡Hooola! ¡Hola! De vuelta al Tajo … o al trabajo. ¿Cómo se dice en realidad? Bueno, no importa. Avancemos un poco más.

Durante los capítulos anteriores, nos hemos dedicado a explicar lo importante que es tratar de “viajar mentalmente” hacia esos años del románico para entender su época, y lo hemos argumentado con unas ilustraciones que mostraban cómo eran los poblados y la sociedad en los años de aquellos siglos. Hemos terminado hablando del poder del rey para con sus súbditos y para con los demás señores, sobre todo a la hora de querer más y más poder, y dominar más y más tierras. En definitiva, se pasaban la vida peleando unos contra otros o … ¡contra los musulmanes!, que a comienzos del siglo VIII, en el año 711 más concretamente, con un ejército de 12.000 hombres en su mayoría bereberes, y con Tariq al mando, habían entrado por el estrecho de Gibraltar procedentes del norte de África, y habían conquistado prácticamente toda España. Vencieron a los visigodos, comandados por el rey visigodo Rodrigo, en la batalla de Guadalete y, a partir de ahí, conquistaron toda España en muy poco tiempo. La antigua Hispania romana y visigoda pasó a formar parte del imperio islámico, con el nombre de Al-Ándalus. Tan rápida fue la victoria islámica que casi se puede decir que nos pillaron desprevenidos, aunque realmente, la historia no fue así.

Veamos cómo era España.

En aquellos años del siglo VIII, en España reinaban los visigodos, ¡sí chicos!, esos reyes que tenían nombres tan raros, y que nuestros padres se los tenían que aprender de memoria y con soniquete en la escuela: Ataulfo, Wamba, Recaredo, Chisdasvinto, Recesvinto, Witiza, entre otros, y Rodrigo, que, como dije antes, fue el último y el que peleó en la batalla de Guadalete, siendo vencido por las tropas musulmanas de Tariq.

Este reino visigodo pertenecía a los pueblos bárbaros que fueron surcando Europa después de la desintegración del Imperio Romano. Los españoles podemos presumir de que nuestro reino visigodo fue seguramente uno de los más avanzados de cuántos constituyeron Europa durante los siglos VI y VII, en buena medida gracias a la inmensa romanización de la Hispania romana.

Pero toda esa herencia romana que trataron de manejar los visigodos fue la que les hizo caer con el estrépito con que lo hicieron, y es que uno de los grandes misterios de nuestra historia es la fragilidad del Reino Visigodo, que se tradujo en su inmediata desmantelación y rapidísima conquista por un puñado de guerreros africanos y árabes, inicialmente en franca minoría sobre la población hispano-romana-visigoda nativa.

La fulgurante conquista política y militar de la mayor parte de la Península por un conjunto de pueblos de distinta raza pero animados por la misma fe, supuso una ruptura radical con respecto a la trayectoria de otros jóvenes reinos europeos.

Toledo era la capital de aquel reino visigodo, y fue una de las primeras ciudades en ser conquistadas por los musulmanes. Después vinieron Mérida, León, Compostela, y muchas otras, todas ellas ganadas en un corto espacio de tiempo, ya que encontraron muy poca oposición a su avance guerrero y les costó muy poco dominar.

Aún así, no todos los visigodos fueron vencidos. La única parte que quedó sin conquistar fue parte de Cantabria y Asturias, el Reino de Asturias, que era más bien pequeñito. Pero, ¡ay amigüitos!, ¡qué equivocados estaban los musulmanes al menospreciar la pequeñez del territorio y los pocos guerreros que allí había! ¡Eran pocos y pequeñitos, pero matones!

Unos pocos nobles visigodos se refugiaron al norte del Sistema Cantábrico. Allí, las poblaciones de las actuales Asturias y Cantabria, junto a los vascos, lograros escapar de la dominación islámica. Los musulmanes lograron cercarlos en la Cueva de Onga para tratar de someterlos y vencerlos, pero estos hombres y mujeres, comandados por Pelayo, fueron capaces de vencer a sus enemigos en la conocida batalla de Covadonga (contracción de la “Cueva de Onga”), entre los años 725 y 750. Ese éxito militar de los astures, cántabros y vascones sobre los musulmanes es una fecha clave en la historia de España, ya que marca el comienzo de lo que se ha llamado la Reconquista. La Reconquista no es sino el tratar de volver a conquistar todo el territorio que los musulmanes nos habían arrebatado desde que éstos entraran por Gibraltar en el 711, y esa misma Reconquista fue la que hizo que España, durante el siglo X apenas tuviera relación con el arte Románico.

La siguiente ilustración, como os podéis imaginar, no es de la batalla de Covandonga, pero representa el combate a caballo entre un caballero cristiano y otro musulmán; un combate de los muchos que se pudieron producir durante dicha batalla. “¿Y cómo sabes que es uno es cristiano y el otro musulmán?”, os preguntareis más de uno. Buena pregunta, pero la respuesta es sencilla: por la forma de sus escudos. El cristiano tiene el escudo más largo y terminado como en punta, mientras que el musulmán utilizaba un escudo totalmente redondo, como en la ilustración. El capitel se encuentra en el Palacio de los Reyes de Navarra, en Estella.


Continuemos con nuestra narración del comienzo de la reconquista.

Los estados cristianos que se crearon a raíz de la Reconquista se moverán en una continua alternancia de pactos, alianzas, guerras de frontera, relaciones de familia, intentos de unificación y desunión, pero animados por un más o menos inconsciente impulso de recuperación de los territorios meridionales.

La historia de España es una constante de guerras entre cristianos y musulmanes, entre los reinos cristianos y el mundo musulmán de Al-Ándalus (de aquí proviene la palabra Andalucía), pero también entre cristianos y cristianos, y entre musulmanes y musulmanes. Y pensaréis: “¡hay que ser tontos para pelear entre ellos mismos cuando lo que tenían que hacer era ganar territorios los unos y tratar de defenderlos los otros!”. Sí, pero, las personas somos así; mejor dicho, el querer acaparar más y más nos hace ser así: pelearnos con nuestros semejantes por querer tener más que ellos, ser más que ellos, llegar más lejos que ellos. Y esas guerras civiles entre cristianos no hicieron sino retrasar la Reconquista, que no pudo completarse hasta finales del siglo XV.

Por cierto, ¿sabéis en qué año fue la toma de la última ciudad andaluza en poder de los musulmanes, y con ello el final de la reconquista y la rendición de las tropas musulmanas? ¿Os suena el año 1492? ¡A qué sí! ¡Claro! ¡El mismo año que Cristóbal Colón descubrió América! ¡Qué coincidencia! ¿Verdad? La ciudad era Granada, con su Alhambra y su Generalife.

Bien, prosigamos, pero antes vamos a ver un mapa de cuáles eran los dominios del Califato de Córdoba en el año 1.000.


Durante la segunda mitad del siglo X, es decir, sobre el año 950 y siguientes, en toda Europa, incluida España, sus habitantes tenían terror a la llegada del año 1000: era el llamado terror milenario. Este terror consistía en que pensaban que con la llegada del año 1000 se iba a producir la rotura de las cadenas que tenía encadenado a Satanás y a los demonios para que no causaran mal al mundo. Con la rotura de sus cadenas y la llegada de los demonios, la tierra se convertiría en un verdadero caos: hambrunas, sequías, plagas de enfermedades, guerras, muertes, incendios, destrucciones, etc.;  vamos, ¡el fin del mundo!.


Recordamos nuevamente que la sociedad medieval estaba muy arraigada en la religiosidad, buscando siempre en ella la explicación a sus desgracias. Durante la Edad Media Cristiana, existió la creencia generalizada que, en base al Apocalipsis de San Juan, el fin del mundo sobrevendría llegando el año mil. El texto es el siguiente:

Luego vi a un Ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del Abismo y una gran cadena. Dominó a la Serpiente, la Serpiente antigua –que es el Diablo y Satanás- y la encadenó por mil años. La arrojó al Abismo, la encerró y puso encima los sellos, para que no sedujera más a las naciones hasta que se cumplieran los mil años. Después tiene que ser soltada por poco tiempo.” Apocalipsis, 20, 1-3.

Hoy en día, casi a diario, aparecen noticias anunciando el fin del mundo en un determinado día según vaticina una religión o secta integral o religiosa. Obviamente, nunca sucede nada de lo que anuncia, pero la diferencia entre las fechas que pronostican estas religiones y la fecha pronosticada en la edad media hay bastante diferencia. La principal diferencia es que la población campesina no conocía la fecha en que vivía. Hay que tener en cuenta que el concepto moderno del tiempo es progresivo, nunca vuelve atrás; mientras que el tiempo en la edad media era cíclico. Los campesinos identificaban las estaciones del año por las distintas faenas que debían realizar en el campo o en la casa: sembrar, cosechar, vendimiar, almacenar comida, matanza del cerdo, etc. Tenían muy en cuenta los ciclos lunares. Todo volvía a repetirse una vez tras otra. No tenían en cuenta el paso del tiempo, no cumplían años, pues casi ninguno sabía la edad que tenía.

Como podéis adivinar, llegó el año 1000 y nada de eso sucedió, por lo que las gentes europeas se quedaron más tranquilas. No así en España que, aunque se dieron cuenta que el terror milenario no era tal, sí que tenían otro terror dentro de sus tierras que había llegado antes del año 1000, y este terror no era milenario ni nada parecido. Era un terror de carne y hueso. Era Almanzor.

Almanzor era un caudillo árabe cuyo nombre verdadero era Muhammad Ibn Abi ‘Amir, al-Mansur (¡sin nombre que está el titi!), conocido en las fuentes cristianas por la latinización de su sobrenombre, Almanzor, “el victorioso”.

Aunque os he dicho que era un caudillo árabe, sólo lo era por la zona (que no ciudad) de nacimiento y por la religión que profesaba, pues era español de pura cepa, ya que nació aproximadamente en el año 939 en Torrox, en la provincia de Málaga. Pero como esa zona era todavía zona musulmana, pues en realidad, se le podía considerar musulmán, aunque nació dentro del hoy territorio español. Murió en 1002 en Calatañazor (Soria), debido a las heridas sufridas durante la batalla celebrada en las inmediaciones de esa localidad soriana.

Este caudillo sembró la muerte, el terror y la destrucción en ciudades tan importantes como Santiago de Compostela (997, en la que se llevó las campanas de su catedral a Córdoba), Sahagún (León), León, Barcelona (985), San Millán de la Cogolla (La Rioja), entre otras. Todas estas conquistas provocaron entre los reinos cristianos una verdadera desmoralización. Su muerte fue un soplo de viento puro y fresco entre los cristianos que, ahora sí, se sacudían su verdadero terror. Cuando muere, un cronicón castellano dice que “Almanzor está enterrado en el infierno”.

Durante estos tiempos, aparecen personajes como el Cid Campeador, cuyo verdadero nombre era Rodrigo Díaz de Vivar, reyes como Sancho IV en Navarra, Pedro I, también en Navarra y en Aragón, y Alfonso VI en Castilla.

lunes, 20 de agosto de 2012

LA SOCIEDAD MEDIEVAL (y III)

¡A ver si es verdad que es la última entrega, que vaya con el curita! ¡Como es historiador, pues que se explaya como quiere! ¡… y eso que no parece que haya mucho quórum! ¡Menos mal! ¡… que si no…!

Tranquilos petits enfants, que muy pronto terminamos esto de la sociedad medieval y comenzamos a hablar de España.

Ya os he dicho varias veces, que para entender todo lo que rodea al Románico debemos tener presente todo lo complementario a este arte: vida, sociedad, cultura, religiosidad, hombres, mujeres, etc. Su conocimiento nos aportará mucha luz y comprensión a todo lo que queremos ver e interpretar. Tened un poco de paciencia. ¡Paciencia, piojo!

Continuando con la vida de los laboratores en la época del Románico, su vida cotidiana transcurría alrededor de dos coordenadas: el tiempo y el espacio.

Su ritmo de vida dependía de las horas de luz (la cotidianeidad eran la salida y la puesta de sol), y el tiempo se medía, al menos hasta finales del siglo XII, comienzos del XIII, por las campanadas de la iglesia que tocaban cada tres horas, cuando los clérigos debían acudir a uno de sus rezos. Cada una de esas campanadas daba nombre a un determinado periodo de tiempo: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. Se comenzaba en maitines (¡a levantarse toca!) y se terminaba en completas (¡vamos a la cama que hay que descansar!).

Durante toda la semana, el trabajo era un hecho inseparable de los hombres medievales. La salida del sol daba inicio a la jornada laboral, que concluía con la puesta del astro, siendo más larga en verano, y más reducida en invierno.

El otro aspecto, el espacial, aunque es un poco más complicado de delimitar, podemos afirmar que era muy pequeño. La mayoría de la población no había salido del radio de su aldea o ciudad, y es que la distancia se medía por lo que una persona podía caminar. Eso lo podemos comprobar en películas históricas, cuando dos personajes hablan de cuánto tiempo tardarán en llegar a un determinado lugar, dando la respuesta en tanto o cuantos días de camino, no en kilómetros o en horas como lo hacemos nosotros hoy día.

El que no recorriesen largas distancias favorecía el conocimiento del terreno que les rodeaba, pudiendo exprimir al máximo sus posibilidades, siempre respetando el entorno gracias a la plena integración del hombre con la Naturaleza. Debemos de tener en cuenta que el Ser Humano en tiempo medieval era considerado como un elemento más de la Creación junto con la tierra, el agua, el fuego, el aire, las plantas o los animales. Además, de la tierra procedían todos los bienes que poseían, de ella dependía su supervivencia. Antes que ellos, las religiones arcaicas la llamaban la Gran Madre (Magna Mater) o la Madre Tierra; todo procedía de ella, y a ella se le devolvía todo.

Pero su “apacible” vida cotidiana podía verse truncada con fenómenos climatológicos adversos, como las inundaciones, sequías, granizadas, incendios provocados por rayos, etc. Estos fenómenos podían provocar hambrunas y enfermedades contagiosas que terminaban con la vida de muchas personas. En este ámbito, lo divino se mezclaba con lo racional, y es que muchas de estas desgracias eran atribuidas a poderes superiores que les castigaban por alguna acción mal cometida. La climatología era temida no sólo cuando mostraba su cara más dura, sino que, hechos que hoy en día no suponen un problema, para ellos podía llegar a ser una cuestión de supervivencia.

El invierno era la estación más dura; el frío era muy temido. Las chimeneas no conseguían calentar todas las estancias del hogar debido a los materiales utilizados, y a que los tiros de las mismas dejaban escapar demasiado calor. Por ello, quienes disponían de animales de granja, convivían con ellos para aprovechar el calor que emanaban estas bestias. ¿Recordáis el buey y el asno en el pesebre donde nació Jesús? ¿Por qué estaban allí? Claro, para darle calor. Muy bien.

Como habréis podido apreciar, poco a poco hemos ido introduciendo determinados conceptos divino-religiosos que utilizaban estos laboratores o campesinos. La religiosidad que tenían era muy grande, exacerbada, buscando siempre una explicación “divina” a todas sus desgracias y parabienes. Por todo ello, la iglesia de la aldea era construida por los campesinos o por el señor. Tenía un papel muy importante en la vida del campesinado. El bautismo, el matrimonio, el entierro y las fiestas religiosas, marcaban el ritmo de la existencia en la aldea. La Iglesia y el párroco se mantenían mediante una aportación regular de todos los campesinos, el diezmo, llamado así porque en principio equivalía a la décima parte de la cosecha (el 10 %).

Vamos a ver ahora una recreación del interior de una iglesia medieval.



Interior de una iglesia medieval. La imagen no corresponde a una iglesia románica, ya que los arcos que se aprecian a derecha e izquierda de la imagen son arcos apuntados u ojivales, no de medio punto, característicos estos últimos del románico. El arco central o arco del Triunfo sí que es de medio punto, pero aún así, la representación nos puede valer para poder apreciar cómo era por dentro una iglesia por aquellos años. Hay ausencia total de bancos para sentarse, y, como detalle curioso, en la parte izquierda de la foto, vemos unas escobas apoyadas en la pared (luego, quizás en otro capítulo, hablamos de ello). Vemos cómo rezaban los feligreses, de rodillas en esta ilustración. Otros, sin embargo, están levantados y mirando a los demás, en una actitud de estar conversando o de no estar participando activamente del oficio religioso. Y es que esa actitud era la más habitual dentro de las iglesias.


Los oficios religiosos se decían en latín, que era la lengua culta en que se debían celebrar, pero los feligreses que iban la iglesia no sabían de latín “ni papa”, y, claro, se aburrían y conversaban entre ellos, ¡como lo hacéis vosotros muchas veces cuando vais a misa! ¡Sííííí! ¡… que os he visto más de una vez!

Lo único obligatorio que tenían que hacer los feligreses que iban a la iglesia, los domingos y los días festivos, era ver, durante la eucaristía, el cuerpo y la sangre de Cristo, cuando el sacerdote levanta el cáliz y la ostia. Pero como os he dicho antes, no sabían nada de latín, luego tampoco sabían cuando era el instante en que dicho acto se producía. ¡Y para colmo estaban hablando y totalmente despistados!

Para que supieran el momento exacto, los monaguillos que ayudaban en el oficio, tocaban unas campanillas o cualquier instrumento que hiciera ruido, y les avisara a los feligreses de que ese era el momento culminante y esperado, ya que en ese instante era cuando el sacerdote levantaba el cuerpo y la sangre de Cristo.

De ahí viene la costumbre de tocar las campanillas cuando el sacerdote levanta el cuerpo y la sangre de Cristo, costumbre que aún hoy día persiste en las iglesias y parroquias de nuestros pueblos. Sí, también en Torralba hasta no hace mucho tiempo; incluso quiero recordar que hasta hoy en día. En mis tiempos era seguro que se hacía. ¡Soy tan viejo!


La nueva ilustración anterior muestra a una pareja de campesinos con la vestimenta habitual. En ella se explica someramente de qué tejido era la ropa que llevaban y cómo debían vestirla. Recordamos que la estación que más temían era el invierno, por el frío. Debían utilizar ropajes que les produjera mucho calor, para poder paliarlo con cierta facilidad y comodidad.

Una vez que ya conocemos las viviendas, alimentaciones, iglesias, vestimentas, y en general todo lo que rodea a la vida cotidiana de los campesinos, podemos imaginarnos un poblado de los años que van de mediados del siglo XI a comienzos del XIII como un conjunto de pobres casas, más bien cabañas, compartidas por personas y animales, generalmente con cubiertas vegetal (como las vistas anteriormente), con una serie de hoyos o silos excavados en el suelo para conservar el grano. Las cabañas están rodeadas de corrales, organizadas en torno a la parroquia como centro de culto y como ente jurídico, alrededor del cual se dispone el cementerio y frente a la que se puede abrir una pequeña plaza donde se desarrollan todas las actividades públicas (¿recordáis los niños jugando al alquerque?) y las comerciales.

En las proximidades, junto al río, un molino y una pequeña presa o pesquera para capturar peces; alrededor, pequeñas parcelas de cultivo, viñas, avena, centeno, trigo, cebada o cualquier otro cultivo que se le daba al ganado como forraje o comida. Más allá, un bosque para poder aprovisionarse de leña para calentarse y madera para las construcciones, todo ello dependiendo de su señor y de su importancia, el cual podía tener su palacio o su castillo.

Ahora que ya tenemos muchos aspectos claros de la configuración de un poblado medieval de aquellos siglos, ¿qué os parece si vemos una ilustración que recrea uno de esos poblados? Miradla.


Cuando los poblados eran más grandes e importantes, pasaban a ser ciudades, con la misma fisionomía que la vista anteriormente, pero solían tener una muralla que encerraba los diferentes barrios de la ciudad, los cuales, muchas veces, no tenían relación unos con otros. La función de la muralla era la defensa de la ciudad en caso de que ésta fuera atacada. Hemos de recordar que aquellos años eran unos años donde se guerreaba mucho, vamos, que los reyes y sus guerreros daban mucha guerra, pero guerra de verdad y, casi siempre, contra los musulmanes, aunque también peleaban cristianos contra cristianos para tener más poder.

Y hablando de reyes y poder. El rey era el dueño y señor absoluto de todo el territorio que le pertenecía. Él era quién impartía justicia entre sus gentes, y siempre, siempre, llevaba razón; y si no la llevaba, sus súbditos se la daban, porque si no lo hacían, dejaban de ser sus súbditos, les hacía un juicio y les aplicaba la condena que él quería. Cuando firmaba algún documento lo hacía como “Yo, el Rey”, como queriendo decir: “Aquí mando yo y se hace lo que yo diga”.

La ilustración muestra como se impartía justicia en el siglo XIII, algunos años después del Románico, pero que igualmente nos sirve para entender cómo se vivía durante esa época, ahora visto desde la justicia y el dominio del señor.