miércoles, 20 de junio de 2012

LA SOCIEDAD MEVIEVAL (II)




         Bueno, chicuelillos, … y chicuelillas –no vaya que se enfade alguien que no debe- vamos a continuar hablando sobre cómo era la sociedad medieval durante la época del Románico.

         Terminamos el capítulo anterior confirmando y apreciando que eran los laboratores los mantenedores de la sociedad medieval o románica, como queráis –casi mejor románica debido a la gran extensión en el tiempo que abarca el término medieval-. Eran los grandes perjudicados en esa división tripartita que la Iglesia hizo según los designios de Dios, pero a la vez los más importantes, ya que eran los encargados de producir todos los alimentos que las otras dos partes divisorias se encargaban de consumir. Hacemos aquí la salvedad, una vez más, de los grandes monasterios de la época, que se autoabastecían, pero con la inestimable ayuda de los serviles, es decir, otra vez, los laboratores.

         Debido a esa importancia y a esa aceptación casi divina de su situación dentro de la sociedad, vamos a centrarnos en esta segunda parte en conocer mejor cómo era la forma de vida de estas personas.

      Estos campesinos se unían formando familias. ¡Vaya novedad!, diréis algunos, ¡menudo descubrimiento! No. Veréis.

      La unidad familiar no se formaba antes de la misma manera que ahora. Antes se formaba con la finalidad de repartirse el trabajo. Recordamos una vez más que los laboratores pasaban el noventa por ciento de su vida en el campo, y, como todos vosotros sabéis, en el campo el trabajo es muy duro, y el tiempo se hace muy largo.

         En los hogares vivía la familia: padres, hijos y, en algunas ocasiones, los abuelos también habitaban en ellos. Cada miembro de la familia tenía una función concreta, existiendo una división del trabajo según el sexo o la edad. Mientras que los hombres y jóvenes trabajaban las tierras, las mujeres eran las encargadas del ganado, del huerto, del vestido, y de la preparación y conservación de los alimentos y las bebidas: vino, pan, cereales para el invierno, mantequilla, carnes saladas y ahumadas, etc. Esta labor era importantísima, dado el carácter de subsistencia que tenía la economía.

         Estas familias tenían que tener algún sitio para resguardarse de la climatología, descansar, comer, almacenar alimentos, etc. Lógicamente lo hacían en sus viviendas.

         La vivienda o casa, como cualquier otro aspecto de la vida cotidiana, dependía del nivel socio-cultural de sus habitantes, aunque en todas ellas no podía faltar la chimenea, muy necesaria para cocinar pero también para dar calor a los moradores de la vivienda.


         Para que os hagáis una pequeña idea de una vivienda típica de la sociedad románica, os voy a mostrar algunas fotografías de reconstrucciones de casas. Observarlas detenidamente y apreciareis importantes detalles.

        Interior de una casa medieval. Padre, madre e hijo dentro de la casa. Muebles de madera; techos o cubierta vegetal. El fuego en el centro de la casa con el caldero colgando, y en la parte de la derecha, debajo, podemos apreciar gallinas picoteando en el suelo, dentro de la vivienda. Un jamón colgado en una viga en el techo para que el humo del fogón lo ahúme y se conserve durante mucho tiempo, sobre todo para que aguante durante todo el invierno. Era la manera de hacer el jamón ahumado con el fin de que durara más tiempo a la hora de comerlo y no se pudriera.

      Interior de otra vivienda de aquella época. En este caso, se ve un almacén en la parte superior de la casa, donde se guardan alimentos lejos de los animales que viven dentro de la casa; además se resguardaban de otras alimañas que podían comérselos. Debajo del almacén estaba el establo para cobijar al buey que serviría para tiro en distintas faenas agrícolas. Se aprecia también que la parte derecha de la casa tiene la misma distribución que la imagen anterior. La cubierta sigue siendo vegetal.
         Un interior más de otra vivienda medieval. Aquí se aprecia que es más “moderna”; no es tan arcaica. La parte izquierda tiene dos pisos, con el superior utilizado como dormitorio. Ahora la casa tiene distribuidas las habitaciones y separadas por tabiques; el fuego ha dejado de estar en el centro de una habitación para ponerlo ahora en un lateral de la vivienda, con su correspondiente chimenea. Otro fuego más pequeño hay en la habitación central, más encargado de calentar que de cocinar.

         Como habréis podido apreciar, las viviendas de los campesinos contaban con una sola estancia que hacía al mismo tiempo de cocina, salón y habitación. En este habitáculo también se trabajaba, se almacenaba la cosecha y los útiles de arar. Normalmente, y aunque no se muestre en las reproducciones anteriores, a la casa se le unía un pequeño patio trasero donde podían instalar un huerto, un corral, un pozo, un horno y una letrina -… que todo es necesario en esta vida-.

         Las viviendas, en la mayoría de los casos, se construían con los materiales que sus moradores tuvieran más a mano, materiales que abundaban en la zona donde deseaban habitar o donde debían hacerlo sin más. Así, por ejemplo, en el sur se construían mayormente con barro, en el norte abundaba la madera, y en el oeste de España las fabricaban con piedras. Pero en general, el material por excelencia para la construcción de una vivienda era la madera, proveniente de los bosques que, como hemos dicho, eran comunes a varias comunidades de campesinos. Este material hacía muy peligroso el uso de velas, sobre todo por la noche, que al quedarse encendidas, podían producir un incendio; si a eso le añadimos que la techumbre era vegetal, el peligro de un incendio, con la consiguiente destrucción de la vivienda, aumentaba sobremanera.

         Si nos hemos fijado bien en las reproducciones de viviendas, nos hemos podido dar cuenta del poco mobiliario que contaban dentro de las viviendas. Había algunos muebles imprescindibles, como una mesa, unas banquetas, un arcón o arca para guardar la comida (no la ropa, como nuestras madres lo hacen ahora), y la cama, que por ser el mueble de que se trata, llegó a convertirse en un elemento diferenciador entre las clases o familias acomodadas. Esas diferencias provenían fundamentalmente del material con el que estaban fabricados los colchones, que en el caso de los laboratores eran de paja, dejando los colchones de plumas recubiertos de sábanas o mantas de pieles, para las clases más acomodadas. Dichos colchones solían apoyarse sobre un tablón de madera o sobre varias sillas puestas en filas, soporte éste último más utilizado en zonas rurales donde la cama era compartida por toda la familia. En las casas donde el dormitorio estaba separado, era ésta la estancia más privada, donde se guardaban los pocos objetos de valor que se pudiesen tener.

             La cocina era el espacio más importante de cualquier hogar, fundamentalmente por la presencia de la chimenea, que como hemos comentado anteriormente, aparte de utilizarla para cocinar, aportaba calor e iluminación a la vivienda. Las casas que tenían algunos recursos económicos disponían de cacharros, como recipientes de barro, de estaño, de cobre, de hierro, además de manteles y paños.

         La alimentación era muy poco variada. Los alimentos básicos que consumían eran el pan –gachas y tortas preparadas con avena, cocidos en una olla con agua o leche a los que se añadía sal; una hogaza- y el vino o la cerveza. El queso también era un alimento importante. El resto de alimentos que consumían eran aquellos que ellos mismos cultivaban en sus tierras –repollos, judías, nabos, guisantes- o, en casos acomodados, aquellos que podían comprar en ferias o mercados locales: carne, pescado de la zona, fruta, legumbres, hortalizas, huevos (por supuesto), etc.). Comían, a veces, carne de cerdo y aves de corral. La caza constituía una buena parte de la dieta de carne que se comía los domingos. Las especias estaban reservadas para la nobleza a un precio muy elevado.

         Ni los señores ni los campesinos utilizaban tenedores; sólo cuchillos cortos del tamaño de las actuales navajas.

         El hambre y la desnutrición siempre estaban presentes. Sectores enteros de la población solían ser víctimas de los periódicos ciclos de malas cosechas, hambrunas, de las enfermedades producidas por los alimentos en mal estado de conservación, y por el agua.

         A la hora de consumir estos alimentos, la parte del día en la que lo hacían era por la noche, durante la cena, donde, en las grandes comilonas de los nobles y señores, podían llegar a consumir hasta 3000 calorías por persona, cuando lo normal es, en estos tiempos, de 1200-1500 para las personas con trabajos físicos fuertes y al día, la mitad de lo que ellos consumían sólo por la noche.

         Si la cena era la comida más importante del día, los domingos era el día de la semana al que se le concedía mayor relevancia. Era el domingo cuando la familia o el grupo humano iba a misa donde lucían sus mejores ropajes, y en casa se cocinaban las comidas más selectas y destacadas.

         Después de asistir a misa, era común que todos se reuniesen en las tabernas donde se servía vino y comida mientras se divertían, haciéndolo únicamente durante ese día a la semana. También solían jugar a los naipes, a los dados, al alquerque (¿lo recordáis?) o a la pelota los más niños.

         Pero no sólo tenían como día de fiesta el domingo. Ellos tenían tres clases de fiestas: las religiosas, las civiles impuestas por reyes y emperadores, y las ferias para provecho común de los hombres. Entre éstas últimas destacaba el carnaval, en la que el pueblo penetraba en el reino utópico de la universalidad y generalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia. Debemos tener muy presente que para comprender la sociedad medieval católica hay que ver la conexión entre el ritmo de trabajo, los quehaceres y las fiestas y su orden, que en última instancia establecía la Iglesia, como en tantas facetas de su vida. ¡Qué os voy a decir!

         Fijaros cómo ha cambiado la sociedad que, hoy día, la mayor parte de la juventud, dedica el domingo a dormir y “descansar” de la noche del sábado. Pierden el único día que también tienen de fiesta como lo tenían los laboratores del románico, pero éstos eran más listos: lo utilizaban para pasárselo bien, jugar y disfrutar. En este caso también debemos avanzar hacia atrás.