lunes, 13 de diciembre de 2010

INMIGRACIÓN Y VIDA

     Juan Antonio Vallejo Nájera, en su libro “Concierto para instrumentos desafinados”, en el comienzo de uno de sus capítulos, escribía: “Hay que tener cuidado con lo que se desea porque se acaba teniéndolo”. La frase, aparte de no haberla olvidado desde que leí dicho libro, considero que no sólo no ha perdido vigencia, sino que día a día cobra más fuerza. Y creo que esto es así, porque cuando nos obcecamos en conseguir algo de lo que previamente nos hemos autoconvencido de lo es necesario que es, vemos cuales van a ser las ventajas que nos van a reportar, pero, debido a ese autoconvencimiento, nos olvidamos de valorar los posibles inconvenientes o perjuicios que nos puedan ocasionar.

     Con el boom inmobiliario y nuestra clasificación en la Champions League de la economía, España ha ido acogiendo a todas y cada una de las personas que nos han ido llegando de diversas partes del mundo. Europa del este, centro de Europa, Latinoamérica, África, Oriente Medio, etc. Diversas ONG’s se han volcado en tratar de regularizar su situación, incluso de regularizar nuestro pensamiento, no considerando válido a aquel para el cuál estas personas deberían permanecer en sus lugares de origen por diversos motivos. Tanto empeño han puesto en este cometido durante tanto tiempo, que no se han parado a pensar lo que de verdad estas personas pueden aportar a nuestra sociedad.
     Cultura, folklore, gastronomía, sabiduría … todo válido para enriquecer nuestra cultura y nuestra sociedad. Pero de tanto aplaudir dicho enriquecimiento, se han olvidado de lo negativo que también nos pueden aportar. Olvidamos que muchos de ellos vienen de países destrozados por guerras interminables y sin sentido. Vienen de la más extrema pobreza, donde el vivir un nuevo día es todo un logro y, para algunos, su única meta en la vida. Los niños y niñas no tienen escolarización, y con nueve o diez años son unos auténticos adultos en todos los sentidos. Y lo que es más importante, ellos no valoran la vida, su vida, de la misma forma y manera que la valoramos nosotros.

     Para ellos, la vida no es un don especial; no es un derecho esencial y fundamental vivir. Utilizan la vida como una mera solución de sus problemas, como un medio para justificar un fin a conseguir. Maras salvadoreñas, asesinos a sueldo colombianos, pistoleros de la favelas brasileñas, pandilleros dominicanos, mafias rusas, paramilitares chechenos… Todos ellos tienen en común el poco valor que le dan a la vida. Pero no sólo a la suya, sino también a la vida de los demás que es más grave. La usan para ascender dentro del status de la pandilla, para ganarse un sueldecillo extra, para atesorar lo que en vida otra persona no le da, para solucionar rencillas familiares, para ganar más y más dinero, para obtener poder y respeto.

     No. Nosotros valoramos la vida de otra manera. La tratamos como lo más valioso que tenemos. No intentamos quitársela a nadie, ni por lo legal ni por lo criminal. Es un derecho fundamental de cualquier persona, sea de la condición que sea: buena, mala o regular. Pero desde un tiempo relativamente corto a esta parte, estamos viendo como nuestra sociedad se va salpicando de casos en los que se manifiesta un cambio de tendencia hacia ese derecho fundamental. Jóvenes pandilleros asesinados; violencia de género; robos con fuerza extremadamente brutal; saldos de cuentas pendientes por diversos asuntos. Son muestra del poco valor que se le da a la vida y que poco a poco se está implantando en nuestra sociedad. Todos tienen en común que ya sabíamos que eso pasaba en otros países, pero no en el nuestro. Ahora esto ocurre aquí y casi todos ellos llevan la firma de personas que emigraron a España “en busca de una vida mejor”. No sólo no lo han conseguido –siguen haciendo lo mismo que hacían en su país de origen, sino que además lo están implantando aquí, en nuestro país. Es otra “virtud” que estas personas aportan a nuestra sociedad y de la cual nadie parece darse cuenta. Esas mismas ONG’s que se volcaban en regularizar su situación hacen oídos sordos, se tapan ojos y boca. Por mucho que lo nieguen y no quieran verlo, está ahí, y cada día cobra mayor vigencia y fuerza.

     Queríamos acoger a personas de todos sitios para ofrecerles una vida mejor; que ellos nos ofrecieran su riqueza cultural y personal. Lo han hecho, pero nos están transmitiendo lo bueno y también lo malo; su sabiduría y su vileza. De la misma manera que acogemos a los que nos transmiten sabiduría, deberíamos expulsar a los que nos transmiten vileza, no sólo por el mal que puedan causar –que ya es bastante-, sino porque su vileza ataca a la vida, a nuestra vida y la de nuestros hijos, y tratan, por los únicos medios que conocen, imponer su ley dentro de nuestra sociedad.

     Malas personas eran los que no querían tanta persona inmigrante, pero no son mejores aquellas que no quieren ver la realidad. Y esa realidad se llama vida.